La vida es una tómbola
Damián de Santo se puso bajo la dirección de Andrés Paternostro para interpretar a Pablo, un tipo poco afortunado, con un trabajo infravalorado y una ex mujer que no pierde oportunidad para recordarle que es un fracasado. La boleta invita a husmear en la cotidianidad de un adulto insatisfecho que deposita sus últimas esperanzas en los juegos de azar, por eso el guion y la dirección de arte apuntan a sostener un relato que parece adecuarse a los cánones del realismo.
Pero luego de un fallido intento de suicidio, la película abre otros cauces y cambia de registro. Los flashbacks y los pasajes oníricos o delirantes rompen estéticamente con las primeras escenas costumbristas, convirtiendo el filme en una suerte de lotería estética donde cada nueva toma puede ser una sorpresa. Luego de recibir en sueños los seis números que le cambiarían la suerte, Pablo gasta sus últimos centavos en una boleta del Loto.
Como el guion gusta de situaciones extremas, la mala suerte del protagonista será llevada al colmo: de regreso a su casa es asaltado por dos chicos de un peligroso barrio. Entregado, pero no tanto, el personaje de Damián de Santo persigue a los bandidos y se sumerge en el tipificado y grotesco universo villero.
Allí aparecen los garantes de la comicidad: Claudio Rissi, Roly serrano y Marcelo Mazzarello. Travestis, narcos, secuestradores y pequeños ladrones emergen como números de una tómbola grotesca que apuesta a la acción desopilante. Con sus vaivén formal y su precisión actoral La boleta mantiene a los espectadores como entusiasmados jugadores a la espera un final que queda librado a la suerte y al azar.