Historia humana y sensible en la transición de niña a mujer
A escasos metros de la ciudad de Buenos Aires, separada por un hilo de agua oscura y contaminada, se divisa la Isla Maciel, en la que vive gente de clase media baja. Una condición fundamental para subsistir allí es la de ser un duro, hacerse respetar forzosamente, no mostrar debilidad ni dudas.
Bajo esas reglas de vida no escritas, pero asumidas prácticamente desde chicos, una adolescente de 14 años da sus primeros pasos hacia la adultez por un camino ríspido y sinuoso. Tati (Nicole Rivadero) no la tiene fácil, va al colegio secundario donde algunas compañeras le hacen bullying y otros vecinos del barrio la hostigan. Es por ese motivo que va forjando un carácter hosco y rudimentario. Y, como si fuese poco, vive con Osvaldo (Sergio Prina), un padre distante y poco afectuoso, en una humilde casita. Actualmente es remisero, pero antes tenía un bote que lo usaba para trabajar, cruzaba de orilla a orilla a la gente por unos pesos, que luego vendió. Su hija está obsesionada con esa pequeña embarcación y no sabe lo que hacer para recuperarla.
En este nuevo mundo que emprende sola conoce a Maxi (Alan Gómez) de 17 años, quién es el que trabaja con el antiguo bote de su padre que, de tanto insistir en recuperarlo, el muchacho le enseña a remar. Tati, a su manera, quiere retomar la posta que abandonó su padre, aunque él no lo acepta.
La ópera prima de Sabrina Blanco no cae en la tentación de regodearse mostrando violencia o marginalidad como otras producciones argentinas. La directora opta por contar una historia mucho más humana, sensible e intimista sobre la transformación de niña a mujer desde lo mental, emocional y sexual de la protagonista dentro de su ámbito, mientras el “afuera”, para nada amigable, la acecha peligrosamente.
La directora amalgama muy bien los dos mundos y el peso que cae sobre los hombros de Nicole Rivadero para llevar adelante una historia difícil, quien lo hace con mucha eficiencia
El ritmo narrativo es veloz, las escenas se suceden con breves diálogos, acciones rápidas y pocos momentos de quietud. El pulso lo marca el reggaetón, con varias canciones que hacen un poco más feliz la vida de Tati, junto con Maxi, que oficia como un maestro de vida, introduciéndola a algunos vicios y enamorándola por primera vez.
Cruzar el Riachuelo es una necesidad para ella, no para escaparse, sino simplemente para sentir lo mismo que cuando era chica y la llevaba su padre. Podrá ser para cualquiera un humilde deseo, pero para Tati, es mucho más que eso, es volver a vivenciar momentos muchos más felices, aunque, seguramente, ella no se daba cuenta en aquél entonces.