La botera

Crítica de Franco Denápole - Funcinema

QUIEN FILMA Y QUIEN ES FILMADO

No es tarea fácil la de filmar la realidad argentina. El cine nacional (y en gran medida también el latinoamericano) que se propone retratar cierta coyuntura social cae muchas veces en diversos modos de apropiación, que van desde la romantización hasta el miserabilismo. Es, desde ya, todo un desafío evitar lugares comunes y construir relatos con matices. Se trata de un problema acerca de la relación entre quien filma y quien es filmado: ¿Qué lugar debe ocupar la cámara? ¿Cómo debe comportarse? ¿Cuál es la actitud que asume frente el otro?

En La botera, Sabrina Blanco sigue un camino librado de estos vicios. Por un lado, evita la estilización, es decir, la apropiación absoluta de la voz ajena con el objetivo de transmitir una ideología o punto de vista propio. Por el otro, también elude un registro documental exageradamente neutral o apático. Se acerca a este, sí, en su afán por representar con cierta objetividad el ingreso a la pubertad de una chica que vive con su padre en Isla Maciel. Sin embargo, se aleja, por ejemplo, desde el montaje, elemento en el cual la mirada de la directora se deja ver un poco más. La historia de Tati se encuentra dividida en una serie de acciones concretas y significativas de las cuales la cámara va cortando, sin perder tiempo, para llevar al espectador a la siguiente, y sin permitirse en ningún momento dispersarse. En los recortes elegidos en la edición se observa el interés por construir un discurso sobre las dificultades de crecer en un entorno la mayoría del tiempo hostil.

Sin embargo, La botera no termina de convertirse en un film de denuncia. En cambio, sabe sostener una tensión interesante entre el mostrar y dar lugar a la voz del otro y el decir algo; entre estética y política, por ponerlo de otro modo. Si bien las ausencias o problemas que atraviesa Tati en su encuentro con los demás y con su realidad no se ignoran, estos circulan como una suerte de trasfondo sin volverse nunca el foco central. En cambio, este es en todo momento Tati: sus frustraciones, alegrías y búsquedas. Y tal vez por esta razón la película se permite, aún sin ser ingenua, un final luminoso, en el que se resignifica ese objeto de deseo que ya aparece implicado en el título: el bote como punto de fuga.