Al otro lado
Muchas veces se cae en la tentación de retratar la marginalidad o pequeñas historias, protagonizadas por personajes que viven en la marginalidad, a partir de la mirada o visión del director. Tal vez ese defecto es lo que determina el grado de artificialidad que por más puntadas de guion se intenten no alcanza a repararse jamás. Por eso, retratar la marginalidad desde el punto de vista de un personaje y consignar un pacto tácito entre su mirada y la expresa distancia con el juicio es mucho más efectivo y enriquecedor desde dos elementos, por un lado que el contexto forma parte de lo cotidiano, y por otro la dinámica con el entorno en ese escenario, en pleno estado de ebullición, no es lo suficientemente fuerte para tumbar el péndulo de las decisiones o desvíos en el camino, aunque eso no signifique una afección directa y honesta con las emociones o los costados humanos y contradictorios.
La transición que experimenta la protagonista de La botera, Taty (Nicole Rivadero), se encuentra atravesada por varias corrientes, las lógicas de cualquier adolescente en etapa de cambios corporales y despertares del deseo pero también la intensa necesidad de una identidad que no la ate a los roles convencionales de hija de un padre muy poco laborioso, o simplemente de amiga (aunque le cuesta conseguirlo). Su meta es aprender a manejar el bote para ganarse la vida transportando por el Riachuelo pasajeros. Isla Maciel, su lugar en el mundo, separado por ese gigante río de “el otro lado” le queda demasiado pequeño a Taty o por lo menos poco atractivo para sus ambiciones personales.
Pero ella es consciente de que su padre violento dilapidará cualquiera de sus expectativas, hundirá -por decirlo metafóricamente- ese ímpetu aventurero para volverla utilitaria, sumisa, servicial, y así ese efecto dominante prolongarlo a cada segundo. Es la búsqueda incansable del cambio lo que motoriza al relato de Sabrina Blanco, directora que presentara La botera en el último Festival de Mar del Plata con gran recibimiento y que demuestra haber entendido que se puede abordar temas profundos, marginales y complejos sin hundirse en ríos de pretensión artística. Y así, al igual que su protagonista Taty, saber que el horizonte a veces es recto y solamente hay que remar hacia ese espejo.