Mi viejo y el mar.
¿De dónde proviene el ímpetu del mar?, ¿quién determina el movimiento de las mareas?, ¿cómo se explica que esa inmensa y misteriosa masa acuática haya estado allí antes que cualquiera de nosotros?, ¿y cómo que forme parte de inspiración para cualquier artista? Fernando Spiner se sumerge en su propia biografía para compartir con el espectador sus exorcismos y sus necesidades de reencuentro con el pasado en Villa Gesell, con uno de sus amigos del alma Aníbal Zaldívar, quien eligió instalarse en el balneario, vivir alejado del mundanal ruido urbano y dedicarse al periodismo, a pescar y escribir poesía, siempre acompañado e inspirado por el mar.
Cuando Aníbal optó por esa marea, décadas atrás, la del director de La sonámbula fue completamente distinta y el ímpetu del cine y de la vida lo alejaron demasiado rápido de las costas Gesellianas para depositarlo en Roma. También lo alejó de su familia, de Lito, su padre, hijo de ucranianos que escapaban de los rusos en un barco alemán y que antes de arribar a la Argentina, fundar una farmacia que la madre de Fernando Spiner ayudó a mantener muchos años, tuvieron que confiarle su suerte al mar, coquetear con el peligro y fluir con las olas. El nexo del director de Adiós querida luna con su padre y bisabuelo es una boya, un ritual que pretende el reencuentro y completar una página agridulce de su historia familiar para que la memoria de sus antepasados abrace la espuma y desaparezca como la tristeza.
Ahora bien, a la anécdota de Fernando Spiner la atraviesa en primer lugar su sensibilidad artística y el lirismo de las imágenes que acompañan la aventura y la búsqueda. Cuando la cámara nos transporta hacia la odisea de nadar en ese mar, hundirse y salir a flote en cada brazada, estamos en presencia del instante de mayor poesía en un documental que se ancla en la poesía y en la importancia de dejarse impregnar por ese mítico encuentro entre las palabras, el viento y el silencio. Donde no es necesario el recurso de la voz en off porque el relato se arma desde la peripecia y la puesta en escena que a veces recurre a instancias de ficción.
La fuerza de La boya, de Fernando Spiner, como si se tratara de distintas mareas que confluyen en el océano de las ideas se refuerza con el montaje de Alejandro Parysow, la música a cargo de Natalia Spiner y los textos leídos en la diégesis, a veces mansos y otras intensos como la mirada de Borges para describir al mar y a la finitud de la existencia, parte del mismo misterio.
El film del realizador de Aballay… es un conmovedor ensayo sobre lo efímero y la importancia de buscar al menos en lo endeble aquel faro, ya sea material o espiritual, que nos oriente para no terminar ahogados en nuestra propia frustración de vernos minúsculos ante tanta majestuosidad.