Nadar hasta la boya
Fernando Spiner (La sonámbula, Adiós querida luna, Aballay, el hombre sin miedo) estrena La Boya (2018) un documental autobiográfico que recorre el espíritu del pueblo donde pasó su adolescencia, entre el mar y la poesía en invierno.
Al comienzo el director nos introduce en un viaje largo que pasa del asfalto al bosque y llega hasta la casa de Aníbal, su amigo de la adolescencia. Mientras que Fernando se alejó de su oriunda Villa Gesell para hacer su vida en otro lado, su amigo decidió quedarse y vivió “la vida que yo no viví” dice Fernando Spiner. Ambos amigos comparten una especie de ritual, nadar en el mar hasta alcanzar una boya.
El documental se va descascarando y revela de a poco todo lo que subyace a esta aparente primera intención. A medida que avanza revela un interés por la relación entre Aníbal, la poesía y el mar pero además pareciera la excusa para indagar en algo aún más personal.
Resulta ser que su amigo tuvo una fuerte amistad con su padre, sobre todo en una época en la que Spiner estaba lejos de viaje, y este documental que parece tratar sobre la frialdad de la poesía que se cultiva en invierno frente al mar, en realidad funciona más como la fachada de una gran incógnita sobre una porción de la vida de su padre que Fernando Spiner no pudo ver. Antes de morir, su padre Lito le encargó a Aníbal que soltara al mar una boya antigua ¿por qué?
La historia da varias vueltas esquivando el centro de los enigmas hasta que decide meterse de lleno en ellos y aprovechar el más interesante de sus temas circundantes, que es el vínculo padre e hijo, el legado y la transmisión de cultura familiar de generación en generación, con una carta como culmine de la sensibilidad.
Todas estas historias confluyen y se entrelazan en una película con muy bellas imágenes, con un ritmo cansino asociado a la memoria y atravesado por poemas más o menos significativos, pero hay que ver más allá, en todo lo que está pasando detrás de lo que se muestra para poder conectar con la esencia solapada.