El misterio del padre
Tan ambiciosa como atrapante resulta ser la ópera prima de Nicolás Grosso. El reverso del cierre de una fábrica y cómo influirá en los destinos de un clan familiar es el nudo de La carrera del animal, película ganadora de la última edición del BAFICI.
La carrera del animal (2011) podría clasificarse como una película borgeana, plagada de laberintos y personajes que aparecen y desaparecen como por arte de magia o en este caso del cine. Un empresario, al que nunca vemos, maneja los destinos de sus dos hijos. Cándido y Valentín, tan opuestos entre sí como el agua el aceite pero de cuyas decisiones no sólo dependerá su propio destino sino el de su entorno familiar y laboral.
Fotografiada en un furioso blanco y negro, el film es una apuesta fuerte desde lo formal y narrativo. En ambos casos se construye como un rompecabezas en el que pareciera que las piezas no fueran a encajar pero que va adquiriendo lógica a medida que los personajes se van delineando. Uno es el ambicioso capaz de cualquier acto para cumplir su cometido, el otro es el sensible al que pareciera no importarle lo material y sólo quiere huir de los fantasmas familiares. El conflicto surge a partir del hecho de que por una decisión paterna el más fuerte necesitará del más débil y viceversa.
Hay una clara representación del poder que está dada por un padre ausente y dos hijos que deben cumplir con lo establecido. Desde lo metafórico se podría hacer un paralelismo con un Dios (al que nunca vemos), que sus órdenes, deseos y más son manifestados a través de un papel (la biblia) e inculcados por mensajeros (la iglesia). Quienes reciben esos mensajes (los hijos) deberán decidir sobre el bien y el mal (ángel y demonio).
Nicolás Grosso nos ofrece una película que por momentos pareciera extraída de la Nouvelle Vague, en la que una cámara godardiana recorre el extraño paisaje de un laberinto borgeano cuyos personajes escaparon de La divina comedia para dar origen a una película tan extraña como inteligente.