Rigurosa búsqueda de una identidad presentada con calidez y ameno ritmo narrativo
La necesidad interna de tener una identidad religiosa definida asaltó al hijo, que en ese entonces tenía trece años, de la directora Poli Martínez Kaplun y, con este argumento inicial, da rienda suelta a los deseos propios de recorrer su árbol genealógico poco explorado para saber el porqué de semejante inquietud del chico.
La realizadora proviene de una familia europea muy particular qué, como tantas otras, vivieron del otro lado del océano Atlántico en los años previos y durante la Segunda Guerra Mundial, para culminar, gracias a la diáspora, siendo ciudadanos del mundo, pero de ningún lugar específico. Dejando de tener patria y religión. No por ser sus deseos, sino para poder salvarse del régimen nazi.
Esta motivación espiritual del hijo de querer hacer su Bar Mitzvá, sin que nadie influya sobre él, ya que no tiene familiares que profesen la religión judía, pese a que los ancestros sí lo fueron, incentivó a su madre a indagar, investigar y hurgar en las aguas más profundas de sus orígenes.
La trama del documental se basa en eso. Poli se coloca frente a cámara y entrevista a su madre y a sus dos tías, incluso una de ellas que vive en España. Mediante el relato de las tres hermanas, junto a fotos en blanco y negro que tienen cien años, o más, con el agregado de filmaciones caseras, cartas, documentos, etc., logra reconstruir un pasado ignorado por ella y, en parte, guardado en un rincón del alma por las mujeres nacidas en Europa. Ellas provienen de una familia judeo-alemana que debieron huir de las persecuciones. Y no sólo eso, también se hicieron conversos religiosos para poder sobrevivir.
El film tiene un ritmo ameno que no aburre, y una musiquita agradable en ciertos pasajes que le da calidez a la narración. Porque a la directora le interesa contar y divulgar su propia historia con una uniformidad de criterio estético y fílmico, para que, de esa manera, apartarse bastante de otros documentales nacionales que encaran una tarea similar a ésta, sobre la de tratar vínculos familiares complicados, pero que terminan siendo unas aburridas obras de auto ayuda dejando afuera del tema a quienes sostienen todo esto, que son los espectadores.
El relato es cronológico, desde los primeros nombres familiares hasta la actualidad. No sólo recurre a archivos sino que el equipo de filmación se traslada a Madrid y Berlín para obtener las pruebas en primera persona. Incluso llega a la casa que da nombre a la película, que tiene su otra historia, y sirve para cerrar el círculo familiar abierto durante décadas, como así también para saber quiénes son finalmente y que el periplo haya valido la pena.