Principio de incertidumbre
Si uno quiere entender todo lo que ve, se sienta frente al televisor. Si lo que pretende (acaso sin siquiera saberlo de forma cabal) es una experiencia de un peso y una consistencia diferentes, no meramente audiovisual sino cinematográfica de pleno derecho, puede ver una película de Gustavo Fontán. El director argentino está dedicado desde hace años a construir, armado con toda la paciencia del mundo, eso que displicentemente se llama “un universo propio”, esa condición a la que no se accede con facilidad pero que tan claramente se nos presenta cuando estamos delante de sus películas. Y que en su caso, además, alcanza un verdadero cenit que aparenta resultar prácticamente inabordable por parte sus pares. Oscilando entre lo abstracto y lo concreto, la cámara de Fontán es capaz de arrancar destellos de lo que nos rodea para volverlo, en un gesto de melancólica nobleza, la materia insobornable del cine.
El tono de anécdota fantasmal de la película inmediatamente anterior de Fontán (Elegía de Abril), en la que unos restos poéticos perdidos volvían desde un recodo del tiempo para ser recobrados en el presente, atraviesa La casa como un temblor y de paso nos recuerda a los espectadores el régimen de esencial gracia e inefabilidad que constituye su obra. La casa es otro acercamiento del director a una tensión vital que se rehúsa a decirse con palabras y que más bien parece dejarse cartografiar en cada película, como en una lucha cuerpo a cuerpo, entre el arrebato biográfico y una memoria construida pieza por pieza, como un espejo roto o un rompecabezas. El director descree de los principios de relato, de espectáculo, de entretenimiento, de función. Sus películas no “funcionan”, están en el cine pero fuera de sus protocolos actuales, su etiqueta y sus reglamentos. Una vez más, en Fontán, lo que se hace presente es una poética (y una política) de la sugerencia, un principio constante de incertidumbre, la captación siempre deslumbrada del detalle que revela porciones del mundo mediante un juego de continuidad y sustitución: cada plano en La casa, de una belleza única y de una pertinencia implacable a la vez, ofrece el testimonio de un compromiso genuino con la imagen y su relación con lo que nos rodea. Del obstinado fervor de esa alianza nace el cine.