Una trilogía para descubrir y volver a ver
Cierre de la trilogía de Gustavo Fontán sobre su hogar natal, luego de El árbol y Elegía de abril, La casa extiende las marcas de estilo de su director llevándolo a un grado importante de abstracción.
Pero “abstracto” en la lente de Fontán y de su excelso equipo técnico no implica regodearse en el hermetismo ni en la postura arrogante. Todo lo contrario a ello, ya que en La casa ese paisaje que se derrumba a propósito de topadoras y paredes y ventanas que pasan a conformar el recuerdo de otros tiempos, transmite una gran cantidad de emociones, cercanía y sensibilidad.
Por eso el protagonista es ese lugar del pasado y la cámara subjetiva del director profundiza en esos vidrios, espejos, paredes, ventanas, rincones y hasta secretos que escondía esa casa que no puede oponerse al paso demoledor de las topadoras.
Los habitantes de ese lugar a punto de constituirse en escombros observan la desaparición física del protagonista mirando desde afuera, reflejando ese pasado que no vuelve.
En los dos films anteriores miraban desde adentro hacia el exterior, como señales fantasmagóricas ocupando el espacio que les pertenecía. Pero ahora es la casa el sujeto fantasmal y el que se apropia de los recuerdos observando su propia agonía. La casa es poética en imágenes y describe el desenlace de una trilogía para descubrir y ver completa más de una vez.