La poesía es de todos los géneros literarios el que demanda del lector una predisposición distinta para poder apreciarla. Más sensibilidad, mayor apertura mental y espiritual. Uno debe entrar en un estado de disponibilidad absoluta para poder conectarse con esas palabras que, detrás de una mayor profundidad del uso de las palabras, también esconden sentimientos, y acaso una historia.
“La casa”, la realización de Gustavo Fontán, tiene todo para convertirse en poesía cinematográfica. Por su extraordinaria fotografía, por un diseño de sonido superlativo, que hasta en los silencios cuenta cosas, y en especial por la meticulosa búsqueda de imágenes en cuya sutileza reside una asombrosa contundencia.
Después de “El Arbol” (2005) y “Elegía de Abril” (2008), las dos obras anteriores de Fontán que conforman la trilogía de “esta casa” de Banfield, llegamos a una instancia donde la casa está siendo preparada para ser demolida.
A través de imágenes bellísimas el espectador podrá (si está dispuesto) a descubrir parte de la historia de ese lugar en sí mismo. Sombras, reflejos, ecos de risas y emociones de quienes alguna vez la habitaron.
Por otro lado, “La casa” puede verse sin haber sin conocer las anteriores; pero queda como un tercio de rompecabezas armado: se puede ver una parte, el resto hay que imaginarlo. En este punto es donde el espectador debe comprender que será él quien deba construir todo el contexto, la historia o una posible narración. Aquí es donde podemos preguntarnos si cinematográficamente está acorde con una estructura que se pueda analizar. La respuesta es NO.
Si usted va buscando una historia clásica, lo espera un enorme concierto de bostezos. Como expresaba al comienzo de esta crítica, la poesía requiere de un esfuerzo mayor para apreciarla y decodificarla con la propia subjetividad de cada uno. Si está en onda la recompensa puede ser reveladora y tremendamente movilizadora. Lo mismo sucede con esta obra