El polvo de los recuerdos
Los planos se superponen entre el murmullo que recorre los espacios vacíos de una casa grande y deshabitada. Se sacan las ventanas como parte de un reflejo que calla aunque unos ancianos aparecen y festejan otro año de un niño pero las siluetas son tan difusas que desaparecen entre los sonidos y los últimos estertores de maderas que rechinan y cañerías agredidas por la presión de tanta vida que se escurre en el devenir de las cosas que no tienen nombre ni lugar. Una casa es un lugar a pesar de que nadie esté allí porque el tiempo la cohabita como aquel intruso que está presente y no molesta.
Todo empezaba en una casa de familia, de afectos, e historias pequeñas o poemas y todo debe terminar en el mismo lugar con el cine más puro, ese que no necesita explicaciones ni relatos lineales que lo ayuden y que Gustavo Fontán moldea con cada vez mayor precisión.
Con lo difícil que resulta cerrar historias, hacerlo con una trilogía que recorre la intimidad de las vivencias del realizador Gustavo Fontán resulta mucho más complejo y desafiante. Toda clausura implica una pérdida y un desandar misterioso sobre lo ya construido o recorrido desde la poética y desde el cine como vehículo de expresión de ideas y sensaciones.
Las que deja La casa, final de la trilogía que comenzara con El árbol y siguiera con Elegía de Abril, son de profunda tristeza y dolor, donde el polvo de los escombros se alimenta del polvo de los recuerdos pero se desvanece como aquellos fantasmas que habitaban el espacio de ese recóndito rincón de Banfield, en el que había un árbol; unas acacias; el olvido de un poeta que nadie escuchaba y que se hacía presente desde la ausencia para volverse testigo del paso del tiempo y de la fugacidad de los ciclos vitales. Esos, que al igual que las estaciones, renacen en la brisa del viento que acaricia el follaje de la historia para arrastrar el pasado y pulverizarlo en un irreversible presente y en un golpe que es el llanto de una casa que subyuga el silencio en medio de una pila de escombros anónimos y sin tiempo.