Sólido documental de sabor agridulce
Duele dulcemente, atrapa con una serie de intrigas y sorpresas, y no puede sino elogiarse por su búsqueda y elaboración, este nuevo documental de José Luis García, el segundo que hace. Siete años pasaron desde el primero, el notable "Cándido López, los campos de batalla", donde rehizo los caminos del soldado y pintor durante la Guerra del Paraguay, hallando a su paso los resabios que dejó esa lucha. Ahora García rehace, en lo posible, un viaje que él mismo había experimentado cuando jovencito, en 1989, hallando a su paso las cicatrices de la vida y los resabios de la juventud.
Lo lleva la necesidad de encontrar una muchacha admirable de ese entonces. ¿Qué sería de su vida? Aquel viaje fue de pura casualidad. Un día él apareció como sapo de otro pozo suplantando a su hermano en una delegación de izquierdistas argentinos al XIII Festival Mundial de la Juventud organizado en Pyongyang, capital de Corea del Norte. Con una Super VHS registró fiestas, desfiles, carteles, Eduardo Aliverti y Hernán Lombardi (con otro look y seguramente otro pensamiento), representantes del Partido Comunista de Inglaterra declarando que las Malvinas son argentinas, rockeros europeos y norcoreanos alegres y coloridos como cualquier persona del planeta, aunque Hollywood nos haga pensar que todos ellos son circunspectos y visten uniforme gris.
Y en plena fiesta apareció una chica surcoreana. Linda, fresca, sin ataduras mentales. Había cruzado medio mundo para entrar al norte de su propio país con un anhelo de unión nacional por encima de las ideologías. En las calles la gente la rodeaba de cariño, la adoraba, la llamaba Flor de la Reunificación. Pero ya debía volver a Seul. Un cura la acompañó para que no la mataran en la frontera. Se supo que la arrestaron apenas pasó el paralelo 38. ¿Y después?
Tres semanas antes había sido la masacre de Tian Anmenn. Dos meses después fue la caída del Muro de Berlín, apurando, como piezas de dominó, la caída del Imperio Soviético y sus regímenes satélites. Y al mismo tiempo Corea del Sur se disparaba como semipotencia económica. Pasaron los años. Cada tanto, García se preguntaba qué habría sido de aquella chica linda y soñadora. Ya con una cámara digital, Internet, y un amigo coreo-argentino, pudo saber algo. Y decidió ir, y hablar con ella. ¿Seguiría siendo la misma?
Así pudo ubicarla, hoy profesora universitaria. Pudo cruzar hasta la otra punta del mundo, charlar con sus padres, que la acompañaron, los monjes que le dieron consuelo, los amigos. Pero le costó hablar con ella. Sucesivos golpes, que culminaron con la muerte de un hijo, habían ido moldeando otra mujer. Una mujer de humor cambiante, desconfiada del curioso argentino, desolada en su ilusión juvenil, y volcada al recuerdo de una ilusión del hijo. Vamos viendo entonces sus contradictorias, conflictivas, instancias de acercamiento en Seúl y, sorpresivamente, en Buenos Aires. Y ahí nos cae la ficha, y entendemos, con pena y admiración, la complejidad de los corazones. Ella era la chica del sur, con un norte imposible. Hoy, por el recuerdo de un niño, mira hacia un sur inalcanzable, y por lo tanto limpio. Así es la vida, una ilusión. Pero la película es muy buena.