Retazos de la rutina La cima del mundo, película dirigida por Jazmín Carballo, me dejó con cierta duda, dado que desde un principio no logré captar si se trataba de un documental o de ficción documentada. Quiero suponer que esa misma incertidumbre que tuve es el objetivo que se propone. Creo que quiere generar esa duda. La cima del mundo cuenta la historia de Anastasia, una chica cordobesa que aspira a ser cantante pop, pero sus miedos e incertidumbres, como también su madre, hacen que cada vez se vea más alejada de su sueño. La película tiene un ángulo original pero aun así no deja de ser una historia recurrente, la vida de Anastasia podría ser tranquilamente la de cualquier joven argentino con un sueño y las dificultades diarias para realizarlo. A esta “falta de originalidad” se le suma un muy mal manejo del sonido (hay diálogos que no se escuchan o no se entienden), errores de continuidad, planos antiestéticos, todo eso termina restando bastante y es una lástima porque la historia que quieren contar termina desdibujada por esto. Algo que sí se puede rescatar de la historia que quiere contar Carballo, es que los personajes llegan a transmitir lo que se proponen, que es esa falta de oportunidades en un país donde se sabe que son escasas, más aún para aquellos que quieren dedicarse al mundo del arte.
ESA MIRADA CÓMPLICE ¿Quién mide cuál es la cima del mundo? En el ambiente de los músicos se podría relacionar a la cumbre con el reconocimiento externo, con la fama. Si pensamos en una protagonista compositora y cantante como Anastasia Amarante, su triunfo bien podría ser la cima. Sin embargo, la directora de este film nos demuestra que el que mira pone su impronta. La cima del mundo nos acerca a observar aquello fantástico que ocurre en la cotidianeidad. A veces no hace falta llegar lejos para tocar el cielo. Ya cantaba Chavela Vargas que “el amor es simple y a las cosas simples las devora el tiempo”. Anastasia vive con su madre. Terminó la escuela y no sabe muy bien qué debería hacer. Sabe que le gusta cantar y componer, pero encuentra limitaciones a la hora de ganarse la vida de eso. Lo intenta, pero la situación le genera mucha incertidumbre. En esa búsqueda de respuestas en la que vive Anastasia, su madre representa un fuerte sostén. El film se apoya en este vínculo, va más allá de la búsqueda personal que persigue Anastasia. Se enfoca en la relación que tienen estas dos personas. Con sus diferencias, se contienen y ayudan. El espectador puede observar cómo ellas han construido un gran amor hacia la música. Ambas se encuentran en el canto. Pero, lejos de ser color de rosa, la fortaleza del vínculo se compone de esos encuentros y desencuentros que tienen. Mientras que por momentos comparten mucha conexión sobre determinados temas, en otros parecen ser de dos mundos distintos. El film muestra con naturalidad a las protagonistas. Mediante el uso de planos cortos se genera cierta intimidad. Junto con esto, los diálogos de su cotidianidad se vuelven potentes, resaltan por el grado de sinceridad y confianza que manejan ambas. La madre la apoya pero también la hace reflexionar sobre la importancia de su responsabilidad a la hora de emprender sus objetivos. Ambos personajes brillan por su calidez. La madre resalta por sus narraciones, por la forma en la que le habla a la hija. En el caso de Anastasia, es fácil empatizar con ella por su grado de exposición y apertura a sus dudas y miedos. El film reflexiona, de forma solapada, sobre esa “cima” de la que se habla en el título. Y quizás ese lugar alto, soñado, es, aquí, aquel vínculo fuerte, incondicional, como el que tienen las protagonistas. No es que no importe qué va a pasar con la vida de ambas, pero aquí el tiempo se detiene para mirar con ojos abiertos y expectantes un periodo de plenitud de un vínculo. Casi como si nos dijera como la canción “demorate aquí, en la luz mayor de este mediodía”.
ntre 2015 y 2017 la realizadora Jazmín Carballo siguió con su cámara a Anastasia Amarante, una joven aspirante a cantante a quien había conocido durante la producción de un videoclip. Anastasia en aquel momento acababa de salir de la escuela secundaria, encaraba estudios universitarios y trataba de dar forma a su sueño de convertirse en una estrella pop. La directora de Los besos (2015) acompañó a Anastasia en su vida cotidiana y también a su madre, Cecilia, quien oficia a la vez de manager de su hija. El resultado de estos dos años de relación y recolección de material es La cima del mundo, segundo largometraje y primer documental de la directora cordobesa. El documental aborda principalmente dos líneas que a su vez están íntimamente ligadas. Por un lado los esfuerzos de Anastasia para insertarse en el mundo de la industria musical a la que todavía mira desde afuera con deseo de pertenecer. En ese sentido la observamos mientras ensaya, compone, se prepara para un show, canta en algún evento o sufre por una actuación que se cancela. Y hay otra línea que es la de la relación con su madre, la otra protagonista del film, una relación a veces amorosa, a veces conflictiva, a veces de cierta complicidad, y que está atravesada por esta doble función de representante y madre cuya línea divisoria tiende a desdibujarse con frecuencia, pero que a la vez es una relación que en lo esencial no es muy diferente a otras que tenemos el atrevimiento de llamar normales. Cecilia también fue cantante, principalmente en coros, como Anastasia le relata a un músico amigo a quien también le cuenta que su madre no siguió en ese camino por no poder soportar la presión del escenario. Una revelación que hace pensar de inmediato en alguna forma de compensación por la que Cecilia trataría de vivir a través de su hija la vocación que se negó a sí misma. No hay mucho en el documental que venga a corroborar esa teoría. La relación de Cecilia con respecto a la carrera de su hija es bastante más relajada de lo que lo anterior haría suponer, si bien es cierto que a veces puede ponerse intensa. Cecilia le da a veces consejos polémicos como que siempre hay que complacer al público, le brinda advertencias inquietantes como que ahora tiene tiempo pero que empiece a preocuparse cuando llegue a los 30, o la reta con severidad porque llega tarde y borracha de un boliche con la posibilidad de dañarse la voz. En cualquier caso, esos retos lucen más de madre que de manager y la tensión entre ambas va y viene, pudiendo pasar de una discusión como la antes mencionada a una situación de relax y complicidad donde ambas se ponen a cantar juntas Top of the World, la canción de The Carpenters que además da título al film. El documental de Carballo no intenta explotar conflictos intensos sino reflejar emociones, más cotidianas, universales y reconocibles como el amor, la ansiedad, el deseo y el miedo. La cámara operada por la misma realizadora acompaña a cierta distancia, registrando y evitando en lo posible ser intrusiva. La sensación que a veces se tiene es la de estar compartiendo el espacio con madre e hija como un observador no participante pero cercano. Los únicos momentos en que la protagonista actúa de manera evidente o se muestra consciente de estar en una película es a través de algunos offs donde cuenta sueños y reflexiones. Anastasia quiere ser una estrella pop en la línea de Britney Spears, Miley Cyrus o Ariana Grande y se produce con esa imagen, pero también es una chica que está saliendo de la adolescencia con unas cuantas presiones y desafíos, y lo que uno puede ver, y es lo que a Carballo le interesa, es su vulnerabilidad, sus ilusiones e inseguridades, su incertidumbre ante el futuro, su deseo de triunfar y el miedo a no conseguirlo o de no ser lo suficientemente buena. La vida y la carrera de Anastasia tuvieron otras instancias después del rodaje que algunos conocerán o que un espectador curioso puede averiguar por su cuenta. El documental de Carballo retrata estos dos años que en el film parecen transcurrir en un tiempo continuo y presente, como la trastienda de lo que podría ser el comienzo no exento de obstáculos de una carrera artística. Una mirada íntima y empática a la vida de una joven en un momento particular de transición y crecimiento. LA CIMA DEL MUNDO La cima del mundo. Argentina, 2019. Dirección: Jazmin Carballo. Elenco: Anastasia Amarante, Cecilia Cavotti. Guión: Jazmín Carballo. Cámara: Jazmín Carballo. Postproducción de Color: Bárbara Cerro, Santiago Troccoli. Dirección de Sonido: Marcos Zoppi, Emiliano Biaiñ. Montaje: Lorena Moriconi. Producción Ejecutiva: Sebastián Muro. Duración: 60 minutos.
La meritocracia es falacia.“La cima del mundo” de Jazmín Carballo Gran estreno en puntes de cine. Francisco Mendes Moas Hace 2 semanas 0 18 Por más que las salas de cine abran sus puertas en los próximos días, hay que aceptar que el streaming llegó para quedarse. El próximo 4 de marzo, el siguiente jueves, la sala virtual de puentes de cine programó el estreno del documental “La cima del mundo” de Jazmin Carballo. Un retrato realista del camino que deben transitar quienes decidan vivir del arte. A los ojos de su madre, Anastasia eligió el camino difícil de la vida. Decidió que quería ser cantante. Sin ningún familiar o contacto que la catapulte, dependerá enteramente de su talento y perseverancia. Estudiando una carrera de grado durante la semana y cantando en eventos los fines de semana, pasa sus días. Los vaivenes y altibajos no se hacen esperar en la compleja búsqueda de las escaleras al cielo estrellado de la fama sin caer en un profundo tobogán andaluz de desesperación. Aquí presenciamos una historia que pareciera única, en gran parte por la forma que la directora elige representarla y captarla, pero al fin de cuentas sucede mucho más de lo que pensamos. El mundo está lleno de Anastasias, las cuales por distintas situaciones socio-políticas y económicas ponen en jaque el mito de la meritocracia. El documental no demuestra todo el tiempo el talento de su protagonista, pero su madre cual gurú sabio le aconseja constantemente que con eso solo no alcanza, sin desalentar sus sueños. Incluso utiliza ejemplos de chicas que sí triunfaron, planteando claramente toda la ayuda externa que ellas tuvieron además de su habilidad con la voz. Anastasia no solo se enfrenta al complejo camino de ser una estrella pop, sino que además se encuentra transcurriendo el pasaje de la adolescencia a la adultez. Complicando aún más las cosas, por momentos desea solo trabajar en su música y muchos otros solo quiere salir a bailar con sus amigas. Las dualidades y contradicciones se hacen presente en su cotidianidad. Mezclado todo con una deseo casi inocente, por momentos infantil, de querer triunfar. Así lo retrata una cámara que todo lo observa y nada juzga. Una especie de mosca espía que encuadra bella y originalmente. Con apenas una hora de duración, Jazmin Carballo realizó un documental que pareciera de visualización obligatoria para aquellas personas que quieran de poder vivir del arte. “La cima del mundo” a su manera original, pareciera retratar todas las frustraciones y bellos momentos que se presentan en dicho modo de vida. Perseverancia y amor por lo uno hace y paciencia decantan del documental como receta para obtener los resultados deseados, ya sea a corto, mediano o largo plazo.
Medianeras Envejecer tiene siempre algo de despedida. Para quien envejece, y para quien ve a otro envejecer. La cima del mundo es, con altibajos, un sentido retrato de ese tipo de despedida enmarcado en una relación madre-hija. Ellas -la madre y la hija- son Anastasia Amarante (quien, años más tarde, participaría en el programa La Voz) y Cecilia Cavotti. Anastasia tiene 20 años y un aluvión de vida por delante. Está creciendo (envejeciendo, como todos) y siente que debe tomar decisiones. Quiere prosperar como cantante, quiere estudiar música, quiere formar una banda, quiere trabajar y liberarse pero sin dejar a su madre de lado… Su madre es Cecilia, quien convive con Anastasia (a quien llama Pepi), deja en claro que la mantiene y la cuida. También le da distintos consejos, por ejemplo: que estudie algo que genere plata, que componga canciones que le gusten al público, que no se quede embarazada y que use menos maquillaje… Ellas pasan bastante tiempo juntas y vemos que su relación es muy cercana: Cecilia incluso es mánager de Pepi. Ambas se escuchan, se observan, se entienden e, incluso cuando no concuerdan, se nota que disfrutan de hacerse compañía. Anastasia tiene 20 años pero cree que se le acaba el tiempo. “Siento como un reloj de arena gigante que me va diciendo: se te está acabando, se te está acabando, se te está acabando”, le dice a su madre, quien le responde: “Tenés 20 años, si vos tuvieras 30 yo te diría, che, mirá, andá viendo otra cosa. Pero no tenés 30. Que te tenés que mover, sí, porque te vienen pisando los talones”. Cecilia, que también adoró cantar (pero en un coro porque, según su hija, les temía a los escenarios), es un poco aquel reloj que modela la percepción del tiempo que tiene esta joven. Ella no presiona a su hija pero le exige mucho, no la atosiga pero la mira como a una imagen especular o, al menos, como a una segunda oportunidad. Anastasia tiene 20 años y escribe cartas para su “Yo grande” (sic), sale con amigas y se saca selfies en el baño, le consulta a su mamá si se delinea o no los ojos, y tiene una cajita musical adonde suena algo que podría ser una canción de cuna… Anastasia no es adulta pero tampoco es adolescente. Y esta película, apoyada cómodamente en la medianera que hay entre la ficción y el documental, tampoco es ni una cosa ni la otra. La muchacha, y la película, van y vuelven entre dos territorios que les son propios pero no conquistan ninguno. La película es consciente de esto y nos muestra que la muchacha está adquiriendo esa misma conciencia, que eso le pesa y que, entonces, siente que debe elegir. Jazmín Carballo trabaja por transmitir lo que todo esto genera en Anastasia. Así, durante todo el relato, intenta remarcar ese aire melancólico -como de despedida- con una cámara que le está bastante encima a la joven y que la muestra, varias veces, observar a su madre con detenimiento, como si estuviera por abandonarla. De hecho, hay particularmente una escena en donde todo esto se hace carne: vemos a Pepi en el jardín de su casa, de espaldas y a contraluz. Y vemos a su madre barriendo, de frente a Pepi (y a nosotros) y con su espalda hacia el portón que da a la calle. Anastasia mira con estudiosa quietud a su madre barrer, y entonces confirma su raquítica duda: para llegar a la puerta, debe atravesarla (a su madre). Esto imprime en el relato un clima nostálgico donde la fotografía tiene un papel importante, sobre todo en las escenas donde la directora de Los besos se concentra visualmente en el cuerpo (o en partes del cuerpo) de la joven. Ahí entonces se perciben los aires a bildungsroman que tiene esta película, que no llega a ser un relato de iniciación pero que sí plantea la idea de un próximo destete y de algún tipo de crecimiento en su protagonista. La cima del mundo debe su título a una conocida canción que Anastasia y su mamá cantan juntas al final del relato. Empieza Pepi, mientras baila con su gato y le pide a Cecilia que se sume. Ella acata el pedido de su hija y cantan un rato. Suenan bien juntas. De pronto la joven calla y prefiere escuchar a su madre. Ya sin bailar, ella la mira con algo de pudor mientras la adora en silencio… Anastasia, entonces, ya decidió.
“La Cima del Mundo” nos ofrece un peculiar ejercicio documental que demandó años, un proceso laberíntico de improvisación y transformación constante que la aspirante a artista protagonista de esta historia y su directora transitan, a lo largo de años. Proyectado en la Sala Lugones del Doc Buenos Aires durante el 2019, así como en el Festi Freak de La Plata en su última edición presencial, el film retrata el vínculo entre una madre con su hija, quien está atravesando la transición entre la adolescencia y la adultez con el impostergable anhelo de un sueño por cumplir: la identificación del llamado de la vocación, es un aspecto con el cual el espectador podrá empatizar. A la par que el vínculo de las protagonistas se transforma, también lo hace la identidad recobrada de este lugar en el mundo en donde nos es placentero estar. El recorte de un personaje real para llevarlo al plano ficticio y la permanente meta-referencia sobre este vínculo auténtico convertido en ficción audiovisual, son los principales factores que difuminan las barreras entre lo concreto y lo ilusorio, siguiendo el rastro de esta intimista exploración de un retrato que ahonda en el vínculo materno filial. No exento de dobleces emocionales, se visibiliza el análisis de los roles al punto de estos confundirse: debatiéndose entre las obligaciones de la maternidad y el mundo música al que aspira la menor. Al tiempo que se nos notifica de un ingrediente no menor: la madre también cumple labores de manager, guía y consejera, de su hija, proyectando el deseo de ser cantante sobre su descendiente. El sueño suspendido que renace en el anhelo de su hija, revelándose como incipiente artista pop inserta en un tiempo y lugar que pareciera intensificar las tensiones existentes en el vínculo.
El cine entre los silencios y deseos La cima del mundo y Nosotros nunca moriremos ofrecen dos miradas de valía, en donde la cámara captura momentos íntimos, de alegrías y angustias. Junto a los estrenos de la semana destaca, desde ya, la apertura de las salas. Todo indica que las películas convivirán entre la pantalla grande y el streaming. Como ejemplo preciso, de las películas que aquí se reseñan, Nosotros nunca moriremos se encuentra disponible en Flow y será el título con el que el Cine América de Santa Fe retome sus actividades el jueves próximo. Por su parte, La cima del mundo forma parte de los contenidos de la sala virtual de Puente de Cine. La convivencia entre opciones diferentes llegó para quedarse. (Pequeña nota al pie de una gran noticia: Tenet de Christopher Nolan, está entre los títulos que ofrecen las salas de Rosario). LEER MÁS Godzilla vs Kong LEER MÁS Cornelia frente al espejo En La cima del mundo, la directora cordobesa Jazmín Carballo ensaya una película que cruza límites entre ficción y documental. En todo caso, estas categorías se vuelven inútiles, poco sentido tiene precisar en cuál de ellas el film tiene asidero. En su segundo largometraje, luego de Los besos (2015), Carballo acompaña la vida de Anastasia Amarante, en sus días y dudas, a lo largo de dos años. Pero también desde una puesta en escena que organiza el relato, en torno al deseo de Anastasia de dedicar su vida a la música. Si se intenta precisar el tiempo transcurrido, los dos años de rodaje no se condicen con el transcurso de La cima del mundo, que parece suspendida en la sucesión de algunas semanas o pocos meses. Lo que hace de la película un ejercicio notable entre su registro y la recreación de los hechos. Ahora bien, en la operación estética de Carballo prevalece la verdad. Hay que ver el film y notar cómo, aun cuando la elección del encuadre recorte y el montaje altere el registro, los gestos y palabras de Anastasia son sinceros. Es ella hablando sobre sí misma, con sus miedos y deseos. No se trata de parlamentos ni nada parecido, sino de una exposición gestual y corporal ante una cámara que sabe cómo retratar lo que se le ofrece. Lo hace a través de planos cortos, casi cerrados. En busca de una intimidad, se diría, pudorosa. Una cámara tábano que no molesta. En esta compañía –de la que seguramente exista mucho registro que ha quedado afuera- el vínculo entre Anastasia y su madre se revela central. La figura de la mamá se erige a partir de matices: el diálogo, el reto, el cuidado, la comida, las preocupaciones, los consejos, el canto; porque así como su hija, ella canta. Lo hace en su casa, mientras Anastasia quiere los escenarios. Entre las dos se articula una relación de cariño y agobio. La película captura esta esencia, que a veces destila algún gesto casi imperceptiblemente hacia la cámara y recuerda que ésta está allí, en medio de una situación privada. En algunos casos, la cámara permite cierta perturbación, como sucede con la secuencia del desfile de modas, con Anastasia dando un show; es de los mejores momentos de la película, por el carácter algo extraño que concita: el canto de ella, realmente ante el público, y el desfile de chicas semidesnudas comandadas por una troupe masculina. La cima del mundo ofrece también la certeza de saber que en Anastasia y su historia había/hay algo que movilizó internamente a la directora, y la llevó a perseguirlo. Lo que aparece no sólo es la persona de Anastasia, sino una serie de preguntas que la exceden, que son universales y laten de maneras diferentes en cada espectador y espectadora. De manera coincidente, en Nosotros nunca moriremos la mirada documental forma parte de la propuesta. Su director, Eduardo Crespo, viene de realizar Crespo (La continuidad de la memoria) (2016), en donde el fallecimiento del padre del director acciona al film, situado en el pueblo natal del director entrerriano. También en esta localidad transcurre Nosotros nunca moriremos, película que acompaña a una madre (Romina Escobar) en la pérdida de un hijo. Gran tarea de Romina Escobar en Nosotros nunca moriremos. LEER MÁS Cierra el cine General Paz, del barrio de Belgrano | Está en riesgo también el Arte Multiplex Belgrano La figura ausente del hijo comienza a enhebrar el relato desde situaciones vividas, compartidas con personas amigas o conocidas. A la manera de un collage de sensaciones repartidas, Nosotros nunca moriremos delinea a quien, aun cuando ya no esté, se hace presente: desde el relato de los demás y porque es la película misma la que lo revive. No hace falta aclarar cuándo se produce un flashback, el film de Crespo no tiene necesidad de marcaciones semejantes. Antes bien, deja que los detalles de quien ha partido sobrevivan en la piel y palabras de quienes lo conocieron. El hermano menor vela por el recuerdo y acompaña a su madre, a veces sumida en sus silencios. Es una película de silencios. Aun cuando se hable y el sonido de los diálogos surja, lo que acontece es un misterio, bello y trágico, tan cierto como doloroso. Hay un detalle precioso entre los muchos que el film de Crespo –habitual colaborador de Santiago Loza- ofrece: un ejemplar mordido de El guardián entre el centeno. Ese libro, esa mordida, guardan historias. Por un lado, la de ese adolescente con quien tantos lectores y lectoras se sintieron cercanos; por el otro, la de salvar la vida de su dueño durante una de sus convulsiones. Un libro salvavidas, al que aferrarse con los dientes. Mención aparte para Romina Escobar, cuya tarea sentida comunica sus silencios, en los el tiempo se altera. ¿Por qué murió su hijo? Algo más se sabrá, hay que descubrirlo, y dejarse acompañar por el cariño de algunas palabras, pero también por la frialdad de otras. Ella escucha, contempla. En algún momento, deberá llorar. Una gran actriz.