Uno de los mayores hallazgos de la humanidad
La nueva película de Werner Herzog es un fascinante recorrido por uno de los mayores hallazgos de la historia de la humanidad: la Cueva de Chauvet-Pont-d’Arc, indeleble testimonio de una antiquísima cultura con la que el realizador dialoga.
En este 2011 el cine de autor y el formato 3D se unieron como nunca antes. En Pina (2011), Wim Wenders rindió un homenaje a la gran coreógrafa Pina Bausch potenciando el sentido espacial de la danza a través de la tridimensionalidad. En La cueva de los sueños olvidados (Cave of forgotten dreams, 2011), el celebrado realizador Werner Herzog –también alemán- se deja llevar por la fascinación que le produce una cueva que alberga un verdadero tesoro del arte rupestre, pues en ella se encuentran imágenes que ya tienen 32.000 años.
Herzog mantuvo a lo largo de su obra una particular fascinación por el diálogo entre el hombre y la naturaleza, visible en films que sostienen una apuesta por la épica, como en el caso de Fitzcarraldo (1982), o que imbricados en otras tradiciones (el expresionismo, como en Nosferatu, 1979) abordan la dialéctica entre lo cultural y lo natural. En este documental el eje está puesto en el registro de las enigmáticas pinturas rupestres que fueron descubiertas en 1994, cuando fue explorada por tres espeleólogos. Además de las pinturas, el hallazgo incluyó restos fósiles de animales. Es importante señalar la belleza del sitio, en donde sobresalen estalactitas y pequeños diamantes adheridos a éstas. Por otra parte, el realizador ha tenido la habilidad de ubicar al espectador en el rol de testigo, al punto que su propia voz en off, por momentos, se asemeja a un susurro en nuestros oídos. Además de explicitar las estrictas reglas que debe cumplir para filmar en la cueva, Herzog hace del procedimiento cinematográfico una oportunidad para instaurarnos en el espacio, como si formáramos parte de la expedición. En ese sentido, el efecto tridimensional es efectivo, sólo que se resiente en varios momentos porque no hay profundidad de campo que potencie sus alcances.
La cueva de los sueños olvidados no solamente es un recorrido meramente testimonial. A medida que el metraje avanza se transforma en una pregunta por el sentido de la supervivencia, el significado de la espiritualidad en diversas épocas, y la relación –siempre frágil- entre historia y memoria. Aparecen varios integrantes del equipo de paleontólogos que investiga la cueva aportando datos científicos sin caer en simplificaciones, pero detrás de estos valiosos puntos de vista siempre subyace una pregunta por lo sagrado. En una de las entrevistas (no todo el documental transcurre cueva adentro), un científico francés nos cuenta que luego de haber ingresado a este lugar no pudo dejar de soñar con un uno de los tigres que vio dibujado. Ese efecto de ensoñación también recorre al documental de principio a fin, con subyugantes melodías románticas que acompañan el recorrido de la cámara.
Sólo algunas elecciones no parecen encontrar su rumbo dentro de la propuesta del realizador. La menos problemática, en ese sentido, es la extensión de algunas secuencias dedicadas a recorrer la cueva. En otros momentos, los testimonios ofrecen algunos apuntes humorísticos un tanto forzados. Herzog trabajó la comicidad de forma muy convincente en La salvaje y azul lejanía (The wild blue yonder, 2005), pero aquí aparece en clave disonante. Finalmente, si en la película la reflexión sobre el arte y lo espiritual emergen de forma amena y pertinente, el epílogo aparece, al menos, como un inserto forzado. El final nos lleva a una planta nuclear y un criadero de cocodrilos (algunos de ellos albinos), con una posterior reflexión en donde se nos compara con ellos. Más allá de estos problemas, La cueva de los sueños olvidados revela cómo un documental que podría haber sido abordado con una estética televisiva, en manos de un gran realizador se transforma en un intenso ejercicio para el intelecto y –por qué no- para el corazón.