Por los orígenes de la humanidad
El director de Fitzcarraldo decidió encarar un proyecto ambicioso: filmar en el lugar donde aparecen pinturas rupestres del hombre prehistórico de hace 32 mil años, utilizando el 3D para plantear una serie de tesis.
Sólo a un lunático consciente como Werner Herzog se le podía ocurrir filmar en las cuevas Chauvet (Francia), previa autorización de los expertos, con el propósito de registrar, descubrir, explorar y demostrar por dónde andaba la humanidad hace 32 mil años.
Sólo el director alemán, quien ya anduvo por el Amazonas, El Paseo del Inca, montañas y ríos de acá y de todo el mundo, era el indicado para utilizar el 3D con tal de desentrañar los misterios que encierran esas pinturas rupestres y plantear su tesis del protocine debido a las imágenes creadas por artistas anónimos que articularon un discurso en movimiento. Solamente a un tipo como Herzog, que está más allá del bien y del mal, se le podía pasar por la cabeza investigar en aquella prehistoria de glaciares, temperaturas bajas, mamuts, rinocerontes lanudos y leones sin melenas.
La cueva de los sueños olvidados, antes que nada, es una película de un director que desde hace tiempo toma al cine como pretexto para escarbar en campos que le pertenecen a la ciencia y sus búsquedas más exploratorias, diseccionando el origen de la humanidad, invadiendo con autoridad un territorio que pertenece a los especialistas. Por eso Herzog aparece en cámara y es el narrador de su último documental, o algo que se asemeja al género. Lejos quedaron los tiempos donde Klaus Kinski metía un barco en el Amazonas escuchando a Enrico Caruso (Fitzcarraldo) o alcanzaba la gracia salvaje en las tierras de El Dorado (Aguirre, la ira de Dios). Esas fueron ficciones con su actor amado-odiado, su alter estado demencial. Desde hace rato, Herzog explora los orígenes del mundo y el espacio cósmico como único responsable de las investigaciones.
Por supuesto que en La cueva de los sueños olvidados la ayuda de los especialistas en el tema resulta fundamental para conocer datos, bucear hipótesis, plantear suposiciones y enigmas sobre cómo habrá sido la existencia durante el Paleolítico. Pero es Herzog el responsable de la puesta en escena y son esas cuevas las protagonistas, con sus cinematográficas estalagmitas que el recurso del 3D aprovecha como nunca.
En un momento, el guía de la expedición pide silencio para que la cueva transmita sus particulares sonidos, incluyendo los latidos de los corazones de los visitantes. El instante es misterioso, rico en matices, donde el silencio es locuaz y enfático al mismo tiempo. Pero Herzog, alemán en el sentido más principista de la definición, aguanta poco y rompe la magia insertando la banda de sonido. Es que Herzog es tan poderoso y enigmático como la supuesta figura de esa mujer fusionada con un bisonte en una hipotética configuración de los orígenes del Minotauro. Ocurre que La cueva de los sueños perdidos, al fin y al cabo, es un film sugestivo e intangible, seductor y antiturístico, específico y único en su especie. Como su mismo director.