Cabe registrar este nombre: Bogdan Dumitrache. Sobre este actor cae todo el peso de un dramón rumano de dos horas y media. Y él es capaz de soportarlo, al frente de un elenco sin tachas, y apabullarnos. Su actuación es contenida, pero igual desborda. Junto a él, hasta cierto momento, otra figura de talento, Iulia Lumánare. Ambos interpretan un matrimonio bien establecido, podría decirse feliz, con dos hijos pequeños. Pero a poco de iniciada la trama, la nena desaparece. Y ahí empieza el calvario, y el declive, la angustia, la incertidumbre, el cargo de conciencia, y luego el aplastamiento, sentir que nadie ayuda, de a poco dejar que el odio crezca, separarse tal vez, o buscar un chivo expiatorio. Hasta que algo revienta.
El director Constantin Popescu desarrolla todo eso a la manera, tan aplaudida por algunos, del Nuevo Cine Rumano: caras secas, sensación de encierro, alargamiento de las situaciones, planos secuencia bien estudiados (hay uno de 18 minutos que parece cuidado al detalle), marcado realismo, ácida descripción de la sociedad, visión pesimista de la vida. El hombre tiene buena mano para todo eso y sabe provocar tensión de un modo poco habitual. Solo se excede un poco en la duración general, pero bueno, nadie es perfecto. En cuanto al título original, "Pororoca", esa palabra es de origen tupí, la acuñaron los indios en alusión al ruido que provoca el encuentro del Amazonas con el Atlántico, y al parecer le sirve al autor de la película para aludir a una situación clave de la obra. No la hizo fácil.