Otra película de zombies
Gracias a la vuelta de George Romero a las historias de muertos vivos en 2005 y en 2007, con Tierra de los muertos y Diario de los muertos respectivamente, se han reabierto los portales desde los cuales los caídos regresan a la vida con ansias de devorar carne fresca. The walking dead, la serie de televisión producida por Frank Darabont para la ABC, es prueba fehaciente de que los zombies están de moda y que esta moda está más viva que nunca. Sin embargo, no todas las propuestas son interesantes o, al menos, no todas las propuestas funcionan como las mejores películas de George Romero: una clara lectura sociopolítica del contexto de producción de las mismas.
Una remake es una película zombie. Agotadas las ideas para nuevos guiones, los productores norteamericanos refritan viejas películas acondicionándolas a los tiempos que corren (del blanco y negro al color, del cine analógico al digital, de las dos dimensiones al 3D). Por otro lado, el cine de terror o el de suspenso parecerían ser los ambientes ideales para la reencarnación de films, quizás por el hecho de que los seres sobrenaturales convertidos en metáforas de una humanidad enferma siempre funcionan. Finalmente, pocas veces los resultados de estas nuevas películas logran superar al film original (como en el caso de Cabo de miedo o Guerra de los mundos). La mayor parte del tiempo, lo que ocurre es que la nueva producción huele a rancio y se traslada tambaleándose lenta y torpemente. Como un zombie.
La epidemia, remake del film homónimo dirigido por George Romero, es uno de estos pocos casos donde la copia busque superar al original, quizás en la errada teoría de que la versión de 1973 es ideológicamente mucho más tibia que su adaptación de 2010. En la película de Romero, se boceta un gobierno norteamericano incompetente, por momentos digno del mejor slapstick commedy (el humor negro hilarante del padre de los zombies). En cambio, en la película de Breck Eisner, los militares son el gran poder destructor capaz de arrasar con todo un pueblo para deshacerse de la epidemia. Se acaba la sutileza, la violencia se hace presente de manera literal.
Esta masa sangrienta y sin límites, vestida con máscara antigás, traje de protección química y a punta de lanzallamas es, en realidad, el verdadero enemigo con el que deben luchar los protagonistas, a tal punto de ocupar, promediando la hora de película, el lugar de los locos del título original. No hay nombres, no hay caras; sólo un Gran Hermano que vigila la tierra desde la triada de planos a lo Google Earth que Eisner desparrama por ahí. Al fin y al cabo, fueron ellos quienes iniciaron la epidemia, fueron ellos los verdaderos culpables de la sangrienta matanza.
Pero no cantemos victoria. Porque lo que podría haber sido una tesis político social de la paranoia y la adicción a la violencia de los norteamericanos en los tiempos que corren, termina siendo una película de terror más, lograda desde los efectos y el manejo de la tensión pero con poco nuevo que decir acerca de la humanidad. Entonces, los locos vuelven a ser los muertos vivos que infectados por un virus del que no se da respuesta alguna persiguen a los protagonistas hasta el final. Y, nosotros, espectadores, nos quedamos con ganas de que sea el propio George Romero quien vuelva a ponerse detrás de cámaras en una nueva película de zombies.