EL DEBER Y EL AMOR
Estamos en el seno de una familia jasidica ultra ortodoxa de Tel Aviv. Shira tiene 18 años y se la ve feliz. Le eligieron su futuro marido y a ella le gusta. Pero el destino se interpone: su hermana mayor muere y deja a un marido viudo y a un bebé recién nacido. Y la madre decide que Shira se case con su cuñado para que la familia no se fracture. El film, respetuoso y descriptivo, es no sólo un profundo drama individual sobre la conciencia y los sentimientos, sino también una reflexión sobre vínculos y sometimientos en una sociedad donde el amor parece plantearse como un hecho subsidiario, por debajo del placer y el mandato familiar. La directora es ultra ortodoxa y retrata, con parsimonia, rituales y costumbres. Los presenta para que la mirada ajena conozca y trate de entenderlo. No hay cuestionamientos y mucho menos cualquier atisbo de mensaje feminista. Sin énfasis ni discursos, Shira asume con dudas primero y alegría después, ese desafío. Ella se interroga y los otros personajes –el padre, el rabino ayudante, la tía- van sumando sus puntos de vista. El drama es hondo y la realizadora lo presenta sin énfasis, concentrado y detallista. La última secuencia es sugerente: después de la ceremonia, una Shira perpleja parece preguntarse: ¿esto es un pacifico final o un inquietante principio.