Matrimonios y algo más
“Las mujeres lloran hasta cuando duermen” es una frase que aparece en Kadosh, película de Amos Gitai de 1999 que guarda directa relación con esta opera prima de Rama Burshtein en la representación de las dificultades que aparecen en el universo femenino ante las presiones existentes dentro de una comunidad ortodoxa en sus convicciones religiosas. La situación personal de Gitai (hijo de padres repudiados por sus familiares ultra-ortodoxos por haberse enamorado y relegados al ostracismo) generó críticas encontradas, dado que proponía una mirada impiadosa pero jamás impersonal. Su lugar de enunciación era claro. No se puede decir lo mismo del punto de vista de la directora en La esposa prometida. Queda de manifiesto que está involucrada con el grupo colectivo del cual da cuenta y nunca disimula su pertenencia. Esto genera ciertos aspectos positivos, tales como la propuesta de un registro casi etnográfico/documental de observación y un cuidado en la puesta en escena, signos que logran disimular los tramos argumentales más débiles, cercanos a una telenovela. No obstante, nunca se logra afianzar el lugar de enunciación de la protagonista Shira y si bien esto se traduce como un gesto honesto dada la condición religiosa de quien filma, queda la sensación de que se podría haber ido más lejos.
Los primeros quince minutos aceleran la narración para dejar paso al tema central del film: cómo tomar una decisión que parece propia pero no lo es. A Shira le proponen casarse con Yochai, su cuñado, quien ha quedado viudo y con un bebé a cargo. El entorno presiona para que esto suceda y evite que el joven emigre. Le dicen “es tu decisión” pero sabemos, intuimos por las miradas, que no lo es. Sobre este dilema se teje el resto de la historia y la cámara propondrá en qué medida debemos involucrarnos o no con la cuestión, avanzando y alejándose, para establecer también su discurso. Por momentos, el acercamiento es afectivo, íntimo, cuando resalta la fotogenia del rostro de la bella actriz Hadas Yaron; luego, la distancia incorpora un registro más ligado al documental, con una iluminación demasiado exacerbada en una blancura tendiente a enmarcar con un aura a las criaturas que habitan esos interiores opresivos. Los colores no son parte de la realidad de los personajes, más bien configuran el entorno de los objetos, dado que los matices y las diferencias no cuentan en esta comunidad de rituales y prácticas consagradas a la reiteración. Las emociones están contenidas, forman una pared que encierra en cada ladrillo una tragedia personal, obstruida por la adustez de rostros que apenas se atreven a devolver una mirada. Si se mira, si se busca (como en la muy buena escena inicial), es por mandato.
La ausencia de una voz más elocuente desde el punto de vista enunciativo tal vez se compense con un momento verdaderamente cinematográfico hacia el final. Tiene que ver con la forma en que Shira procesa su inminente destino. Es allí cuando la sentimos única y humana a la vez.