Acerca del vacío
El film israelí La esposa prometida (Lemale et ha'halal, 2012) de Rama Burshtein explora la noción de dos vacíos. Uno es indagado con plena consciencia, y trata sobre la falta de una representación auténtica de la comunidad haredí en el séptimo arte. Este vacío Burshtein lo colma de manera excepcional, haciéndonos parte de su universo y aportando una mirada genuina sobre su propia colectividad. Hacia el final, sin embargo, surge otro vacío: agazapado en su discurso, Burshtein nos propone casi sin querer la conversación sobre la relevancia del deseo de la mujer en las comunidades ortodoxas, a menudo relegado en pos de la tradición.
Shira (Hadas Yaron) es una joven de dieciocho años que espera ansiosa su matrimonio arreglado en la ciudad de Tel Aviv. Ella es parte de una familia de la comunidad haredí, en la que tanto sus padres como su hermana disfrutan de uniones amorosas exitosas y pacíficas. Sin embargo, el día de la festividad de Purim, sucede una tragedia familiar: la hermana de Shira, Esther (Renana Raz) sufre una descompensación y fallece repentinamente al dar a luz a su hijo Mordechai. Luego de esta desdicha, la vida de Shira y su familia cambiará rotundamente, y se abrirá el interrogante acerca del futuro del bebé y del viudo, Yochay (Yiftach Klein). Desesperada ante la perspectiva de perder a su yerno y a su nieto, y sin consultarlo previamente con su hija, Rivka (Irit Sheleg) propone al viudo la opción de que éste despose a Shira para preservar la alianza familiar. El nudo dramático se da cuando un atormentado Yochay y una sorprendida Shira deben decidir si esta unión es la mejor idea. La decisión parece residir en la voluntad de Shira, aunque a medida que el film avanza las presiones familiares aumentan y sus opciones disminuyen, dejándola confundida y atrapada en un conflicto de lealtades entre la razón y el corazón.
Cabe aclarar para empezar a discutir esta obra que este es el primer largometraje de Rama Burshtein para un público secular. La directora maneja una perfección técnica y visual que asombra tratándose de un debut; esto en sí ya es un esfuerzo loable. Antes, Burshtein se había dedicado por más de una década a realizar películas para las mujeres de las comunidades ultra Ortodoxas de Israel. Por tanto, el desafío de esta película viene desde su realización misma, contando por ejemplo con protagonistas seculares (Yaron, Klein, etc.). Esta elección no es menor, más todavía si pensamos en los problemas sobre la recepción del público que surgen cuando directores religiosos eligen celebrar sus comunidades. Es verdad que Burshtein pide un compromiso de parte del público: su mensaje acerca de la institución del matrimonio y las prioridades clericales por sobre todo en la vida es inequívoco. Pero si podemos aceptar este pacto (incluso si no acordamos con él), entramos de lleno en una historia que realmente vale la pena experimentar.
La principal fortaleza de esta película es sin duda la mirada de una directora que - más allá de nacionalidades o religiones - es mujer y artista, y entiende sobre personajes femeninos presentes y bien construidos. Las mujeres de Burshtein tienen roles predestinados, sí, y a veces no saben qué quieren exactamente, pero son activas, pensantes, determinadas. No es casual que la influencia número uno de la directora sean las heroínas las novelas de Jane Austen.
De todas formas, si bien Shira es una mujer con confianza, es innegable que sus opciones son limitadas. Dadas las presiones familiares, culturales y de la comunidad, su voluntad personal corre riesgo de ser atropellada. Y es justamente ese espacio dramático el que el film inaugura. Shira debe decidir qué vacío, qué futuro elegir: si suplir el rol de esposa devota y madre, o elegir un matrimonio propio, entre pares. La religión le pide que elija con su corazón, su familia le pide que elija con la razón. Y en el medio de este conflicto queda una niña casi mujer, que debe enfrentarse a un brusco despertar sobre el deseo. En este respecto, hay que destacar la representación que Yaron hace (y que le valió el reconocimiento de mejor actriz en el Festival de Venecia en 2012), logrando un trabajo excepcional retratando a Shira en todos sus variados humores y situaciones, y atravesando un dramático y vertiginoso arco de personaje.
El espectador secular puede pensar hacia el final del film - conociendo las inclinaciones de la directora - que hay algo en su discurso que se le escapa, un mensaje entre las líneas bastante fuerte y contradictorio, y ese es el del libre albedrio de la mujer y su deseo. Es inevitable ver en ese último encuadre de Shira -literalmente arrinconada por la tradición - un individuo en conflicto con su deseo. Es evidente que la Shira que mira al matrimonio y al amor con ojos de niña desde ese pasillo del supermercado desaparece a través del film. Pero la nueva Shira más adulta aún no se ve como un individuo sexual, no tiene un deseo desarrollado, y se ve forzada a lidiar con algo que aún no entiende. Shira está arrinconada, y si bien elige, lo hace casi a ciegas, esperando lo mejor.
Más allá de toda interpretación, el conflicto de La esposa prometida propone muchos interrogantes y despierta el interés inmediato. Queda en el ojo del espectador llenar ese vacío, y eso ya la hace una obra digna de elogiar.