«La Fábrica de Sueños» nos presenta a Emil, un joven soldado que en 1961 comienza a trabajar como extra en los estudios de cine estatales de la República Democrática Alemana en Babelsberg. Durante un rodaje, se enamora perdidamente de una bailarina francesa llamada Milou. Sin embargo, este romance durará poco, ya que pronto levantarán el Muro de Berlín, dividiendo a la ciudad en dos y ella deberá volver a su país. Sin embargo, él no se dará por vencido y tratará de buscar la forma para hacerla regresar. El director Martin Schreier nos ofrece una comedia romántica ideal para los amantes de este género, donde desde el primer momento nos damos cuenta que estamos ante una de esas grandes historias de amor que marcarán la vida de los protagonistas. El hecho de centrar la película dentro de un contexto político complejo en el país hace que la trama se vuelva más interesante y atrapante, funcionando como un gran obstáculo externo para Emil y Milou. Por otro lado, siempre es atractivo ver lo que ocurre en la industria tras bambalinas y cómo era el cine en una época determinada, en este caso en los años 60 en Alemania y, especialmente, en la parte dominada por los rusos en Berlín, donde el partido tenía un rol particular a la hora de controlar todo tipo de medio de comunicación. La película transita por distintos tonos, tenemos desde momentos cómicos hasta emotivos o más tristes, haciendo viajar al espectador por diferentes emociones. Uno de los puntos más altos del film es la química que presentan sus protagonistas Dennis Mojen y Emilia Schüle, quienes desde el comienzo desbordan ternura, simpatía y conexión. Uno puede empatizar completamente con sus personajes y desea, durante todo momento, que puedan concretar sus objetivos y su unión. Existe un grupo variopinto de secundarios, muchos de ellos que ayudan a que Emil pueda llevar adelante su proyecto, como también algunos antagonistas que querrán verlo fracasar o que se interpondrán en la relación amorosa. En cuanto a los aspectos técnicos, nos encontramos con una buena recreación de época, tanto en la ambientación como en el vestuario. Además, debemos destacar el gran despliegue visual que presenta, sobre todo a la hora de plasmar en la pantalla la filmación de una película en el set, donde su director intenta hacerlo con bombos y platillos. En síntesis, «La Fábrica de Sueños» es una de esas historias de amor que desborda ternura y felicidad. Si bien puede ser un poco edulcorada, seguro será del agrado de los amantes de este género y de aquellas relaciones que dejan huellas. Con una idea interesante, que se ve acrecentada por el contexto en el cual se sitúa, una gran química entre sus actores protagónicos y buen despliegue visual, la cinta nos hará sentir muy bien incluso una vez finalizada.
El anteúltimo día de vacaciones en casa de los abuelos, un niño se descubre enamorado. ¿Pero sentirá la niña lo mismo que él? ¿Y pasarán un año entero sin verse, con el riesgo que eso supone? Para orientarlo, el abuelo le cuenta una historia romántica. Muy fantasiosa, pero ganchera. Sucede en los estudios cinematográficos Babelsberg, 1961, es decir, en el lado Este de Berlín, entonces en manos comunistas. Justo el anteúltimo día de rodaje de una película franco-germana, un extra se enamora de una bailarina francesa, doble de cuerpo de la estrella principal. El es un desastre pero tiene pinta, arrojo e imaginación. Ella es un encanto, y más viva que él. Pero al otro día, cuando van a reunirse, los comunistas cierran las fronteras y empiezan a construir el Muro. Los franceses, y muchos empleados que viven en el lado Oeste, no pueden pasar. Nuestro héroe no puede salir. ¿Cómo hará para reunirse con ella? Bueno, se le ocurre una idea increíble, en la que embarca a los técnicos y empleados de Babelsberg y Deutsche Film que aman el cine, y hace la suya burlando a los burócratas que esperan su fracaso. En verdad, todo lo que pasa es un gran disparate que solo puede pasar en una película, pero, si uno suspende su incredulidad y se deja llevar, funciona bien y se disfruta. Música, fotografía, personajes secundarios, todo contribuye. Autor, Martin Schreuer. Actriz, Emile Schole. En el papel de actor francés, Nikolai Kinski, hijo menor de Klaus Kinski. Por suerte salió a la madre. Un detalle, que hace al chiste de la historia: justo para la misma época empezaba en Cinecittá la “Cleopatra” de Liz Taylor. Y una objeción: quien dirigía la Deutsche no era un cretino, sino el doctor Jochen Muckenberger, que supo manejar aquello como una isla, hasta que en 1967 le prohibieron 12 películas y lo relegaron a director de Palacios y Jardines de Potsdam, donde se jubiló, casi olvidado.
La operación que propone el realizador alemán Martin Schreier en La fábrica de sueños es complicada, por momentos peligrosamente parecida a la de Roberto Benigni en La vida es bella: narrar una fábula old school en medio de un contexto histórico no precisamente sencillo, como fue la división de Berlín con la construcción del muro en 1961. Justo cuando empieza a levantarse, el bueno de Emil (Dennis Mojen, una copia algo más angulosa de Leo Di Caprio en Titanic) consigue trabajo como extra en los famosos estudios de cine Babelsberg, la cuna audiovisual teutona fundada en 1911, donde conoce a una bailarina francesa llamada Milou (Emilia Schüle). Entre ambos inician un inocente juego de seducción que culmina de la peor manera, es decir, con uno a cada lado del muro. Emil aprovecha la confusión generalizada para hacerse pasar por un poderoso ejecutivo, dando luz verde a una faraónica producción sobre Cleopatra cuyo único fin es poder traer al set a Milou como doble de canto de una famosa actriz. Si bien el reencuentro no será como esperaba, la fábrica de sueños del título prenderá sus motores para que todo arribe a buen puerto. Desde sus personajes y su tono edulcorado hasta la majestuosa recreación de época y su idea de cine dentro del cine puesta al servicio de mostrar los engranajes de un gran estudio, la película funciona como una sumatoria de partes destinadas a agradar. Y lo hace. Schreier lima toda posibilidad de cuestionamiento evitando la abyección y los gritos de Benigni y, a cambio, ofrece un cuento de hadas donde todo parece posible, un drama romántico predecible y efímero con algunas pinceladas de humor. Una película de pura superficie que, sin embargo, llena los ojos.
Con el encanto de una comedia romántica, con mucha producción, y como telón de fondo los estudios más antiguos de Europa, Babelsberg y una época muy particular: el verano de l961. En el comienzo un soldado que no sabe qué hacer con su vida busca trabajo en esa fábrica de sueños. Consigue dos cosas: transformarse en un extra y enamorarse de una bailarina francesa, que además asiste a una gran estrella. Cuando las cosas están por cuajar, crisis internacional: la construcción del muro de Berlín aleja a la pareja. Las cosas se ponen alocadas, con la confusión de lo ocurrido el extra se hace pasar por productor y con amigos incondicionales se apresta a hacerle a su ideal de mujer una película que ella no puede rechazar, aunque ya se ha convertido en una estrella y esta de novia con otro. En un tono leve, simpático, comercial, todo se desliza como una película de enredos sin fin con el esperado final y una vuelta de tuerca. No es profunda, sugiere que cualquiera pude hacer una película y que el cine es lo se siente cuando uno lo ve. De acuerdo o no el artificio funciona para un lujoso entretenimiento sin demasiadas pretensiones, pero muy bien hecho.
“La Fábrica de sueños” de Martin Schreier. Critica. Soñar... soñar Marcelo Cafferata Hace 1 día 0 23 El estreno de una superproducción alemana renueva la cartelera local con una comedia romántica tan deslumbrante como previsible. Desde las primeras imágenes, con una fotografía exquisita que se completa con un impactante diseño de arte, sabremos que con “LA FÁBRICA DE SUEÑOS” estamos frente a una de las mayores producciones del cine alemán actual, una historia enmarcada en el Berlín de los años ‘60. Un abuelo comienza a contarle a su nieto una historia: partimos entonces desde una estructura de cuento, de fábula, con lo que el filme de Martín Schreier se convierte en un gran flashback de más de dos horas para contarnos esa historia de amor enmarcada en el atractivo mundo del cine dentro del cine, una de las propuestas más tentadoras para cualquier espíritu cinéfilo. El espacio elegido para desarrollar la historia es dentro de los estudios Babelsberg, los mismos en donde se filmaron los grandes clásicos como el “Nosferatu” de Murnau, Fritz Lang y su “Metrópolis” o la inolvidable “El Ángel Azul” con Marlene Dietrich y donde rodaron grandes cineastas como Alfred Hitchcock, Billy Wilder y más acá en el tiempo Roman Polanski o Quentin Tarantino. Lejos de la firma de estos grandes directores, el objetivo de Schreier es seguir ajustadamente la receta de un gran crowd pleaser –sin aportar una mirada demasiado novedosa- para generar un espectáculo de un gran esplendor visual que cautive a los espectadores a lo largo del mundo, con una historia de amor que no hace ningún esfuerzo por evitar todos los lugares comunes, todas las convenciones del género con el típico derrotero del protagonista para consumar contra viento y marea, ese amor a primera vista que deberá atravesar múltiples obstáculos.
Película alemana de cine dentro del cine. Con apuntes políticos pero por encima de todo, un film romántico. En el año 1961 Emil comienza a trabajar como extra en los estudios de cine Babelsberg. Durante el rodaje se enamora de la bailarina francesa llamada Milou, quien oficia de doble de la protagonista. Cuando el amor parece concretarse, el rodaje se cancela repentinamente y el Muro de Berlín es levantado. Ambos quedan separados. Años más tarde, Emil comienza un insólito plan para lograr que se vuelva a rodar una película que necesita la presencia de la actriz y de Milou. Una mentira lleva a la otra y de pronto Emil se convertirá en el director de un film sobre Cleopatra bajo la estricta supervisión del estado. La película tiene mucho humor, su pequeño contenido político sin riesgo y principalmente un tono muy naif para la historia de amor. Excesivamente liviana y llena de lugares comunes y resolución de escenas de forma muy antigua y demodé. Poco esfuerzo para los grandes momentos, solo personajes dialogando. La prueba de que el cine alemán también sabe hacer películas ñoñas y demagógicas. Bien por ellos, pero imposible recomendar algo tan carente de fuerza y estilo.
UN SUEÑO DE PELÍCULA El secreto de mi éxito es una gran película de los años ochenta, protagonizada por Michael Fox, donde el personaje pasa de ser un cartero de una importante compañía a colarse como ejecutivo, sin que nadie se dé cuenta de eso. Aquí sucede algo similar con muchísimo más drama y romance, y en un contexto más imponente desde el lado visual e histórico. Emil es un soldado que no tiene muy claro su rol en el mundo, pero gracias a su hermano comienza a trabajar como extra en los estudios cinematográficos estatales pertenecientes a la República Demócrata Alemana. Allí conoce a Milou, una joven bailarina, doble de la actriz emblemática del momento. Al inicio del romance todo parece marchar sobre ruedas, o entre bastidores, pero el levantamiento del Muro de Berlín, los deja a cada uno en lugares distintos y todo parece concluir precipitadamente. Pero si algo tiene el protagonista de la historia es la capacidad de reinventarse constantemente: luego de ocasionar no uno, sino varios caos dentro de los set cinematográficos, es despedido por la gerencia. Sin embargo con la confusión y la falta de equipo dentro del contexto histórico mencionado, Emil consigue una secretaria, un escritorio y su nombre en una de las oficinas abandonadas del estudio. Ahora es un joven talento de la dirección cinematográfica (sí, una de las sugerencias del argumento es que cualquiera que no sepa absolutamente nada de cine puede dirigir sin ningún inconveniente una película llena de grandes ambiciones) y cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. Pero bueno, estamos en el cine dentro del cine, así que cualquier sueño que ande suelto por ahí en los pasillos, puede cumplirse. Con el objetivo claro de lograr que Milou vuela a filmar en los estudios, Emil escribe un guion para la actriz principal, quien sin duda vendrá acompañada de su doble, y aquí comienza esta historia de amor un poco empalagosa, bastante previsible, aunque ¿qué historia de amor en pantalla no termina siéndolo? El mundo detrás de pantalla, el amor por el cine de cada uno de los integrantes del equipo técnico, y la química entre la dupla protagonista llevan adelante la propuesta que si bien no brilla como los grandes clásicos del cine, resulta una historia llevadera. Y nos recuerda que una de las cosas más lindas que tiene el cine es aquello que nos hace sentir a cada uno de los espectadores cuando estamos en sentados en la butaca, en ese momento mágico, donde cualquier cosa puede pasar y cualquier sueño se puede cumplir.
Emil, un soldado, llega a los estudios de Babelsberg buscando trabajo. El hermano lo hace entrar como extra y Emil se enamora por accidente de Milou, una doble de baile de la estrella francesa Beatrice Morée. Los dos se gustan y quedan en encontrarse al día siguiente, pero esa noche de 1961 Alemania es dividida y los dos quedan separados. En medio del caos general, Emil, que no sabe nada de cine, se hace pasar por un alto ejecutivo del estudio y logra activar la producción de una Cleopatra. El proyecto consigue el apoyo de las autoridades de la República Democrática, que ven ahí un potencial propagandístico, aunque el plan del protagonista es atraer de nuevo a Morée y, junto con ella, a Milou. Sin temor al ridículo, La fábrica de sueños celebra el artificio y lo cruza con la historia nacional: la fantasía desmesurada se vuelve una clave desde la cual leer un pasado terrible. El director Martin Schreier filma con un disfrute pocas veces vistos en el cine alemán o de cualquier otro país. Ni siquiera la presencia amenazante de los agentes estatales, que representan la persecución y la presión gubernamentales, alcanza a obturar la nostalgia cándida con la que Schreier retrata la industria del cine. El drama histórico permite que fluyan sin problemas las tensiones y los malentendidos de la comedia romántica: la pareja, siempre al borde de la disolución, se acerca y repele durante el rodaje de nada menos que una Cleopatra alemana, un prodigio impensable que funciona como la confesión de un anhelo, como si el director tratara de imaginar una historia alternativa, contrafáctica pero también más feliz, de la cinematografía alemana durante la Guerra Fría.
MIENTRAS NO SE APAGUE LA CÁMARA "Recomendada película. Cine dentro del cine, ciertamente un film que conquista, de natural dulzura aunque sin melosidad. Es amor a primera vista, logrando una perfecta combinación entre séptimo arte y romance, nos invita a pulir, renovar y reflexionar con respecto al amor hacia uno mismo." Traumfabrik, 2019 Durante el verano de 1961, Emil comienza a trabajar como extra en los famosos estudios de cine Babelsberg. Durante el rodaje de una superproducción, se enamora de la bailarina francesa llamada Milou. Cuando por fin comienzan su historia de amor, el rodaje se cancela repentinamente y son obligados a separarse ya que El Muro de Berlín es levantado en agosto de ese año. Años más tarde, Emil trazará un atrevido y arriesgado plan para lograr que el rodaje continúe y reencontrarse con Milou. El Director y Guionista Martin Schreier define una fuerte personalidad, debido a su estilo detallista. Con algunas reminiscencias a espectaculares películas de amor, Titanic, 1997 o Cinema paradiso, 1998. Con un despliegue artístico, cuyos contrastes en colores, escenarios, vestuario, escenografía y un muy buen trabajo de iluminación, edición y montaje; connotarán y denotarán de manera permanente, las historias que se cuentan en forma paralela. La química entre los protagonistas es mágica, aportando credibilidad y empatía hacia el público. Las interpretaciones son magistrales. El elenco es estupendo, lo cual, nos marca el esmero del casting . La construcción de los personajes es atinada y la estructura del la trama dramática también. El ritmo del guion es vigoroso y sólido. Sin dar espacio al aburrimiento y sin ser un híbrido más, que caracteriza y estigmatiza a este tipo de films. Los personajes transformarán el foco de una manera elegante y delicada. Tanto la fotografía como el arte, retratan con tonos, mágicos momentos tan añorados por los artistas y el espectador, manteniéndolo entretenido, intrigado por su remota manera de contar e incluyéndolo en la historia. Cada uno de los papeles es interpretado con dinamismo y aspecto teatral, generando una obra cargada de energía y arte en todas sus formas. Sin embargo los actores, no son los únicos protagonistas; cada escena robará segundos de pantalla. Logrando el interés del espectador, quien se encontrará identificado, observando con encanto el bello universo existente del trasfondo del telón. Es de aquellos filmes que le dan un respiro al alma y nos mantienen sonriendo gran parte del tiempo. "Resulta imperativo que el séptimo arte, en este caso, procedente de Alemania, nos regale historias mágicas como esta, más aún en estos momentos de aislamiento completo, en el que estamos reaprendiendo a amar. Al parecer las "burbujas" contienen un mensaje universal como considero que este maravilloso film tiene la intención de transmitir y lo logra. Es necesario pulir la manera tóxica de amar, quizás, ese amor tan físico no sea fiel y real como pensábamos y es necesario sincerarnos." CLASIFICACIÓN: 8/10 FICHA TÉCNICA Dirección: Martin Schreier Guion: Arend Remmers, Martin Schreier, Tom Zickler, Sebastian Fruner Música: Philipp Noll Fotografía: Martin Schlecht DATOS TÉCNICOS Título original: Traumfabrik Año: 2019