La entretenidísima comedia policial del director rumano de «Policía, adjetivo» es un recorrido lúdico por el cine de género clásico con un tono tan personal como excéntrico.
En los últimos años, el cine de Corneliu Porumboiu ha empezado a dar un giro. Por un lado, separándose de manera cada vez más clara de lo que alguna vez se dio en llamar el Nuevo Cine Rumano. Y, por otro, acercándose a tradiciones, si se quiere, más clásicas del relato, ligadas a los géneros y a las aventuras pero siempre desde un costado lúdico, juguetón. Ese humor, más que ninguna otra cosa, es el que une a LA GOMERA con el resto de la obra del director de POLICIA, ADJETIVO. Un humor ingenioso, inusual, que surge de extrañas conversaciones o de juegos visuales inesperados.
LA GOMERA está muy lejos de ser un film noir pero juega con esos códigos de manera liviana. Uno podría pensarla, sumándose a la catarata de referencia cinéfilas clásicas que hay en la película –algunas hasta literales– como una actualización de esos policiales/films de suspenso light de Alfred Hitchcock, como INTRIGA INTERNACIONAL o PARA ATRAPAR A UN LADRON. Tiene ese mismo aire luminoso, viajero, casi turístico y lúdico para contar una trama que en realidad es negra, negrísima. Si se quiere actualizar la comparación uno podría pensar en Quentin Tarantino, con quien comparte no solo el humor insertado en tramas densas sino, en este caso, una estructura dramática no cronológica y complicada de episodios.
Digamos que LA GOMERA cuenta la historia de Cristi, un policía rumano de unos 50 años (el reconocido Vlad Ivanov) que no se sabe bien si es corrupto o no. En un juego de traiciones sobre traiciones, nunca parece quedar del todo claro en que «equipo» juega el hombre: si con la policía o en el de los traficante/gangsters españoles o, bueno, si para él mismo. Es un doble, un triple, un cuadruple agente. O algo así. Lo que sí queda claro es que, en un momento, Cristi se enamora. Y eso desarma o complica, como en un buen policial, todos sus planes.
La película –no la historia– empieza con un viaje de Cristi a «La Gomera», una isla de las Canarias no muy lejana a Tenerife. Allí se ubica en la casa de unos mafiosos españoles cuya misión es enseñarle a hablar un lenguaje de silbidos (el título en inglés de la película es THE WHISTLERS o «Los silbadores») para poder comunicarse sin ser entendidos por quienes los siguen o espían. Es que si hay un tema central en la película, además de los citados, es el de las cámaras de seguridad, el hecho de vivir en un mundo en el que todos ven y saben lo que hacés.
En un punto, toda la narrativa compleja de LA GOMERA gira sobre eso. En la isla se encuentra con Gilda (Catrinel Marlon) que tiene nombre y pinta de femme fatale de policiales, y de a poco iremos conociendo cómo se fue conectando la historia de todos. Para sintetizar, es una serie de flashbacks a distintos momentos previos en una cronología que parece invertida (cada flashback va más atrás en el tiempo que el anterior, digamos) pero que no lo es tampoco del todo. A lo largo de esas idas y venidas en el tiempo, nunca sabemos cuando Cristi, Gilda o el resto de los personajes mienten. A sus compañeros. A las cámaras de seguridad. O a los espectadores.
El de Porumboiu es un plan lúdico puro, una historia de amor contada como una máquina de ficción perfecta, un policial que conviene disfrutarlo más por sus juegos que tratar de enredarse en su trama. Recuerdo que el director vino al BAFICI en el que fue jurado de una competencia argentina en la que se vio HISTORIAS EXTRAORDINARIAS, de Mariano Llinás. En aquel momento la película no ganó el premio principal y muchos pensamos que quizás el rumano no la había comprendido del todo bien. Evidentemente no fue tan así. LA GOMERA, en cierto punto, parece una hija de esa experiencia. La idea de entregarse a «la máquina de ficción» más pura y cinéfila posible, más gozosa y libre aunque finamente estructurada. Una película de amor disfrazada de policial que te hace salir del cine con una sonrisa enorme. Como dice un colega, Porumboiu es «un cineasta del Bien». Y su película, aunque no sea la más relevante y potente de su obra, es disfrute puro.