La Gomera es una coproducción de Rumania, Francia, Alemania y Suecia. Está dirigida por Corneliu Porumboiu, ganador de la Cámara de Oro en Cannes por Bucarest 12:08. En esta ocasión cambia de su tradicional registro poético por uno policial con trasfondo romántico ambientado entre España, Rumania y Singapur. La película se presentó en el pasado Festival de Cannes.
La gomera es “la perla de las Islas Canarias”, a donde llega Cristi (Vlad Ivanov), un policía cincuentón, tras la petición (o chantaje, según como se vea) de Gilda (Catrinel Marlon), una bella mujer que viste siempre de rojo, a la que conoció un año atrás y con la que tuvo un encuentro sexual. Con “Passenger” de Iggy Pop de fondo lo recibe Kiko (Antonio Buil), un español que forma parte de la banda con la que va a trabajar. La misma es liderada por Paco (el catalán Agustí Villaronga).
El relato está estructurado en base a la introducción de sus personajes. Cada uno de ellos abre una supuesta nueva respuesta acerca de sus motivos para actuar de la forma en que lo hacen. Mediante flashbacks se va configurando este puzzle que nos permite entrever las relaciones de poder y el cambio de roles entre los mafiosos y las fuerzas de seguridad. Durante la película escuchamos hablar indistintamente en inglés, rumano y español.
En una casa de verano, Cristi debe aprender un lenguaje de silbidos para comunicarse a la distancia con el resto del grupo y así despistar a la policía. Durante su entrenamiento tiene ciertas dificultades para desempeñarlo correctamente, lo cual introduce varios momentos de comedia dentro de un relato sobrio e impredecible. El equipo toma esta práctica de los guanches, primeros habitantes de la isla canaria de Tenerife, creadores de este particular lenguaje. Lo que Cristi no sabe es que este silbido se convertirá en una herramienta fundamental en su vida.
Desconocemos por qué, pero Cristi es vigilado en su propia casa las 24 horas por cámaras de vigilancia, motivo por el cual está siempre alerta y paranoico, tanto en su lugar de trabajo como en su propio domicilio. Es una persona que no confía en nadie, siempre está alerta de lo que sucede a su alrededor ya que tiene muchos asuntos turbios que no puede permitir que salgan a la luz.
El Motel Ópera es uno de los escenarios donde Cristi lleva a cabo sus negocios y su conserje es un personaje que resalta por su peculiar conducta, la cual es un claro homenaje al cine de Alfred Hitchcock. Otro guiño al espectador cinéfilo es cuando Cristi cita a Magda en la Cinemateca y ella se queda a ver la película, un western. Más adelante en el relato también aparecerá un set de filmación abandonado ambientado en ese género.
La madre de Cristi demuestra preocupación por él porque no está casado; el dinero sucio que se encuentra lo termina donando a la Iglesia, demandándole a su hijo que vaya a confesarse por sus pecados. Exactamente lo mismo que le impondrá su jefa, Magda (Rodica Lazăr), que también tiene actitudes corruptas. Esto nos deja con la conclusión de que no se puede realmente confiar en nadie. Los Jardines de la Bahía en Singapur son la locación seleccionada para cerrar el relato, un encuentro con la música clásica. La banda sonora está compuesta especialmente por este género musical con “El cascanueces”, “La ópera de los tres centavos” de Brecht interpretada por Ute Lemper, pero también por temas de la mexicana Lola Beltrán y de la francesa Jeanne Balibar.
El director forma parte del denominado Nuevo Cine Rumano, cinematografía que se caracteriza por su revisionismo histórico y una puesta y diálogos propios del realismo social. El movimiento dio su puntapié inicial a fines de los años 80 con la caída del régimen totalitario del socialista Nicolae Ceaușescu y todo lo que implicó para el pueblo rumano. El cortometraje Trafic, de Cătălin Mitulescu fue ganador de la Palma de Oro en Cannes en 2004. También se insertan dentro de esta corriente películas como La muerte del señor Lazarescu, de Cristi Puiu (2005), y 4 meses, 3 semanas, 2 días de Cristian Mungiu (2007).
Porumboiu ideó el relato, definido por él mismo como un neonoir, tras conocer la práctica ancestral del Silbo Gomero, utilizada hasta la actualidad en la isla canaria. Antes de obtener reconocimiento con Bucarest 12:08, el realizador y guionista rumano ya había dirigido seis cortometrajes. Posteriormente dirigió Policía, adjetivo (Politist, adjectiv, en 2009) y la comedia El tesoro (Comoara, en 2015). También incursionó en el género documental centrado en el deporte: El segundo juego (Al doilea joc, de 2014) y Fútbol infinito (Football infini, de 2018). En La gomera, su deliberado cambio de registro, Porumboiu logra aquella conexión con el espectador, expresada por Tarkovski como “lenguaje emocional y contagioso del arte”.