El amor es un viaje sin retorno
Al igual que en el western, todo lo que sucede en este notable film del rumano Corneliu Porumboiu puede ser verdad, o simplemente lo contrario.
El protagonista del séptimo largometraje del director rumano Corneliu Porumboiu (Policía, adjetivo, El tesoro, Cae la noche en Bucarest) llega a una isla, La Gomera, con bombos y platillos. Mientras el ferry avanza hacia la perla de Las Canarias estalla a todo volumen “The Passenger”. ¿Quién puede resistirse a agitar la cabeza y sonreír cuando suena esa canción de Iggy Pop? Sin embargo, ese hombre no es un simple pasajero que ve las estrellas salir en el cielo. Los ojos impenetrables de Cristi (Vlad Ivanov) nos guían a un paisaje limpio, donde unas olas apenas visibles golpean contra unas enormes rocas, hasta que una ciudad empieza a acercarse a la cámara. Un escenario que existe pero parece una maqueta que cobró vida. Esa sintética presentación resume la esencia de esta compleja y resonante película: el espectador es engañado de forma permanente sobre qué es real y qué es artificio. Cuándo alguien miente o dice la verdad. Por eso no es casual que en La Gomera se cite al western y a los estudios de cine dentro del relato, preguntándonos con una escena de Más corazón que odio si la realidad no es acaso siempre una construcción. Las películas a veces pueden ser más reales que la vida misma. Cristi no llega en caballo sino en barco, y en ese viaje intentará también, como John Wayne, rescatar a alguien que quiere. Aquella isla que pisa con poco equipaje es famosa por el silbo: un lenguaje ancestral que se enseñan unos a otros. Logrando la capacidad de transmitir mensajes en clave hasta a tres kilómetros de distancia.
No es ficción, en La Gomera esa forma de comunicarse aún perdura y hasta se enseña en algunas escuelas. Pero Porumboiu utiliza ese lenguaje tan poético para narrar un policial repleto de traiciones y vericuetos. Cristi es un policía corrupto que debe aprender de manera veloz este idioma tan físico para cumplir con un trabajo que le encarga la mafia. Paco (Agustí Villaronga, el director español de las películas ochentosas Tras el cristal y El niño de la luna), uno de los integrantes de la banda, es su primer maestro. Quien le transmite que los labios se ponen hacia adentro, imaginando que no tiene dientes. Y el aire no sale de los pulmones, viene de la panza. “Pon el dedo como si tuvieras un revolver. Y ponlo en la boca”, le ordena. Pero no es sencillo convertirse en un pájaro, así que Cristi tendrá que nadar en el océano para conseguir mayor capacidad de aire. El lenguaje suele ser importante en el cine de Porumboiu, pero en La Gomera es practicamente protagonista. Cuando el cineasta rumano era niño, y habitaba un país comunista donde las personas inventaban distintos mecanismos para comunicarse, en su casa también tenían un lenguaje secreto: invertían las sílabas de las palabras. ¿Cuántos lenguajes pueden inventarse? Porumboiu, el adulto, inventó el suyo para dibujar historias donde los personajes se toman demasiado en serio a sí mismos, desconcertando al espectador a partir de interpretaciones gélidas que por momentos se acercan a la comedia muda. No es necesario llorar para estar triste, ni reír para estar alegre. Los personajes de La Gomera mantienen tan en secreto sus emociones como el lugar donde la mafia guarda los cientos de fajos de dinero que robaron. No hay acá frontera entre delito y amor.
Ya lo decía George Costanza: “No es una mentira si tú la crees”. Los personajes de La Gomera creen en sus engaños. A los pocos minutos de metraje una bella mujer de cabello largo y negro azabache que recuerda a la despampanante Ava Gardner en Killers (Robert Siodmak, 1946) le dice a Cristi “Olvida lo que pasó en Bucarest. Lo hice para las cámaras de seguridad”. La narración en este film está dividida en episodios, una excusa para ir para atrás una y otra vez a partir de los nombres de los personajes. Anunciándonos que, a pesar de las apariencias, el acento no se encuentra en la trama. La trama es casi una excusa argumental para contar una historia de amor enrevesada: la de Cristi y Gilda (Catrinel Marlon). Es a partir de ese pedido de Gilda que la película nos hace retroceder en el tiempo para ser testigos de un encuentro sexual entre ambos. Una actuación para el espejo ovalado que cuelga sobre la pared de la habitación de hotel, el objeto que oculta una cámara de seguridad. La policía los observa día y noche, pero no posee el poder de saber lo que piensan y sienten esos amantes. El espectador tampoco cuenta con esa facultad. ¿Cristi y Gilda están actuando? Y si es así, ¿para qué cámara?
El actor que interpreta a Cristi, Vlad Ivanov, aprendió al igual que su personaje el lenguaje silbado. Ese compromiso y entrega se refleja cada vez que el protagonista logra producir sonidos que encriptan mensajes de vida o muerte con la fuerza de su abdomen. Cristi no es de fiar: no le importa nadie, excepto él. Traiciona a sus pares, a la mafia, o a quien sea con tal de salvarse a sí mismo. Sin embargo, Gilda parece romper su esquema. Como en un polar francés, los personajes son inaccesibles, pero Porumboiu anuncia sus futuras acciones a través de piezas musicales o secuencias de películas. Cuando Cristi se encuentra en la cinemateca con su jefa de la policía, Magda, ella estudia en detalle una escena de Más corazón que odio para implementar la misma estrategia de ataque con la banda mafiosa. John Woo contó una vez que el primer libro de cine que leyó tuvo que robarlo. Era El cine según Hitchcock, de Francois Truffaut. Hay en esa declaración una verdad mucho más grande: el cine es un robo constante, y lo único que importa es con qué fin tomás prestado algo que es de otro. Porumboiu en La Gomera cita sin cesar a otras películas (Un comisar acuza, de Sergiu Nicolaescu, o Psicosis, de Alfred Hitchcock) no como un hecho accesorio sino con la intención de incluir otro lenguaje en clave. En esas secuencias se esconden verdades y destinos.
Similitudes inesperadas
La gran diferencia de esta película con un polar francés es que este subgénero se caracteriza por ser cínico y nihilista. La Gomera también nos engaña en ese punto: quiere ser cínica pero se revela idealista. El séptimo largometraje de Porumboiu es hermano de Tiempo de revancha: el policial de Adolfo Aristarain dirigido en 1981. En la película argentina Pedro Bongoa (Federico Luppi) se hace pasar por mudo para cobrar una indemnización. Pero el plan no sale como lo esperado y su vida de pronto corre peligro. Como Cristi, Pedro es vigilado con micrófonos y miradas que lo persiguen, con el objetivo de que pise el palito y por fin deje escapar una palabra. Es tal el riesgo, el olor repentino a cementerio, que el personaje debe aprender a creer su mentira. Obligándose a no hablar dentro de su casa, y a dormir con cinta scotch tapando toda su boca. No obstante, nada es suficiente para estar a salvo…
En La Gomera el personaje también debe volver permanente la mudez para salvar su vida. Cuando una de las personas que lo vigila lo atropella con el auto dejándole graves secuelas en el cuerpo Cristi pierde el habla para siempre. Ahora solo puede comunicarse con la lengua silbada. Palabras que el policía que lo custodia de la mafia no comprende, pero la mujer que lo espera afuera del hospital, GIlda, sí. El amor puede ser el lenguaje más difícil de todos. Pero para Corneliu Porumboiu solo consiste en un cruce cómplice de miradas. Donde solo ellos pueden entenderse. Sin necesidad de invertir sílabas o ponerse un dedo en la boca en forma de revolver para lograr un silbido que atraviese las montañas, el amor es ese lenguaje secreto que uno nunca termina de descifrar. La última escena de Tiempo de revancha tiene un enorme espíritu navideño: un muñeco de Papá Noel mecánico se mueve y simula escribir una carta mientras suena un villancico. La Gomera finaliza con un espectáculo de luces en los Jardines de la Bahía, en Singapur, al ritmo de El lago de los cisnes. Ambas películas abandonan por un rato las traiciones y miserias humanas para cerrar la historia como un cuento de hadas. Porque el cine existe para mejorar la realidad.