Porumboiu, uno de los nombres claves del nuevo cine rumano, regresa a la cartelera local con su último trabajo: La gomera, un thriller que le rinde homenaje a los clásicos géneros estadounidenses, con el humor y tono que distinguen su filmografía, pero ausente de una identidad propia.
Desde Ford a Welles, de Kubrick a De Palma, pasando por Hitchcock y algún que otro cineasta local, Corneliu Porumboiu deja de lado los planos fijos y el ritmo pausado que distinguen sus anteriores trabajos (Bucarest 12:08; Policía, adjetivo; El tesoro) para homenajear a los grandes géneros y autores estadounidenses.
La gomera aplica dentro del cine noir moderno. Pero acá no hay ni bruma ni niebla. Los disparos son en su mayoría fuera de campo y la luz de día predomina sobre la nocturna. Y aun así, están todos los estereotipos del género: el policía corrupto que se enreda con gángsters, mientras se enamora de la esposa del criminal que se escapó con el dinero del capo mafioso; la femme fatale; el código de los criminales y hasta una implacable jefa de la división narcóticos que esconde más de una sorpresa.
A priori, La gomera tiene todos los componentes que busca el público amante de aquel cine clásico, desde La dama de Shangai hasta Cayo Largo. Tiene una estructura desarmada que recuerda a aquella segunda obra maestra de Stanley Kubrick, Casta de malditos. Y también tiene algo de John Huston, en el tono. Algo del hombre común metido en un mundo que lo supera, característica de la obra de Alfred Hitchcock (a quién Porumboiu además rinde tributo, recreando una de las escenas más famosas del cineasta británico) y, por ende, no sorprende cierta referencia al voyeurismo depalmiano, con el protagonista espiando ventanas, la policía observando comportamientos sexuales a través de cámaras de seguridad, e incluso hay citas directas al cine de John Ford, con la proyección de un fragmento de Más corazón que odio (en la que de alguna forma, el director explica en qué se inspiró para crear el lenguaje a través de silbidos, que es el núcleo dramático del film) y hay un duelo en un estudio para westerns, que remite a Un tiro en la noche.
La gomera es totalmente consciente y directa con respecto a su mirada cinéfila, de su lenguaje metacinematográfico, de la artificialidad, y de qué manera el cine se mete en la vida de los personajes, incluso en los momentos más ridículos (que Porumboiu resuelve con una torpeza llamativa) pero detrás de todo, ¿qué se está narrando?
El protagonista, Cristi, está perdido en su propio laberinto: tiene el dilema moral de ayudar a criminales o ser un policía honesto. Ayudar a su madre o quedarse con la chica o cumplir la misión. Demasiadas ambiciones para un personaje tan básico. Y en esa misma ambición, cae Porumboiu qué, por apelar a tantas referencias, citas y homenajes, se olvida del lenguaje cinematográfico narrativo más clásico.
Todas las secuencias del film parecen no terminar de desarrollarse. El humor funciona, pero en un término un poco forzado. Porumboiu aplica el viejo truco de la vuelta de tuerca, el giro sorpresa. Pero la frialdad del tono general, la hosquedad a la que nos tiene acostumbrado el cine rumano, juega su carta en los momentos más tensos, y las escenas no terminan de concretarse.
No importa cuán fluido es el ritmo o relato, la historia está incompleta. Hay agujeros narrativos, demasiadas idas y vueltas temporales, y aunque se nota que el director pretende engañar, manipular y no dejar todo servido al espectador, el efecto final es casi el opuesto. De un vacío abismal. El film no pretende siquiera hacer una crítica a un sistema policial, sino dar vuelta clisés del género policial/mafioso, pero cayendo en lugares más comunes del que desea evitar.
Las partes componen un film divertido, entretenido y con ideas, pero el todo es decepcionante. Mucho más simplista de lo que aparenta. En el desenlace, el director le otorga una especie de humanidad y redención a sus criaturas. Pero no es suficiente. Algo se perdió en el camino.