En muchos pueblos rurales hay mitos, leyendas, historias sobre espíritus que aparecen durante la noche, fantasmas que siguen habitando sus casas y se niegan a abandonarlas, la histórica luz mala, etc. Tomando como referencia estos cuentos populares es que el director Ernesto Aguilar lleva a cabo esta película en tono de comedia.
La trama ubicada en las afueras de un pueblo, en un pequeño campo con una casita humilde donde vive solo Arnaldo (Carlos Benincasa) es donde se desarrolla prácticamente todo el film.
El protagonista trabaja en la producción de batatas, vive con lo indispensable, no le sobra nada, de a ratos intenta escribir un cuento en un cuaderno y permanentemente toma mate, esa es toda la actividad que hace durante el día. Por otro lado, hace malos negocios con un intermediario que le paga una cifra irrisoria por cada bolsa de batatas.
Una típica vida campestre que se ve alterada por la aparición de un zombi llamado José en su quinta, que había sido su vecino.
De allí en más, la aceptación por parte de Arnaldo y de María (Leticia González Aranda), la viuda de José, de tener a un ente en su terreno conviviendo con ellos, y enviarlo a robar se torna una constante en lo que resta de la narración, de esta manera el relato se acota bastante porque día tras día sucede lo mismo, lo que se va modificando es la codicia y la ambición que se va apoderando del protagonista.
La puesta en escena es muy pobre, las actuaciones dejan mucho que desear, el zombi tiene un tono payasesco, más que terrorífico. La austeridad de recursos sobrevuela en cada toma y en cada escena. La producción de arte, escenografía, iluminación, fotografía, que son tan necesarios e importantes en este género, aquí brillan por su ausencia.
El realizador se dedica a contar una historia pensada como una comedia, pero se queda a mitad de camino y no logra su cometido.