Un cine artesanal (tal vez demasiado)
No se sabe bien cuál es el público de sus películas, pero lo que no se puede negar es que con un par de docenas de títulos, Ernesto Aguilar debe ser el director más prolífico del cine argentino del siglo XXI. Desde 1999 con "El planeta de los hippies", Aguilar filma una película tras otra, generalmente variaciones paródicas de cualquier tema de terror o ciencia ficción.
Aquí el asunto tiene que ver con un agricultor que un día descubre que su vecino está muerto, es un zombi, y pernocta en su campo de batatas. Lo que ocurre es que la mujer del vecino lo pescó con otra y, en un arranque de furia, lo mató. Luego, la viuda usó un hechizo y lo convirtió en muerto vivo para mandarlo a robar al pueblo, compartiendo las ganancias con el protagonista, transformado en su socio y amante.
Aguilar filma a como dé lugar y puede hacer cualquier cosa, lo que a veces resulta gracioso, como cuando en esta comedia negra campestre aparecen perros o gatos colándose en cualquier escena, incluyendo una en la que el protagonista se lamenta de la muerte de su única mascota. Lo más difícil para los actores ha de haber sido mantener la cara de póker al pronunciar sus tremendos diálogos, que se pierden en disquisiciones sobre Borges, el Pombero o Andrea del Boca. Lo bueno es que el director no se toma en serio casi nada, y lo malo es que tampoco se esfuerza casi nada en compartir la diversión con los demás.