A los 17 años, Florencia y sus cuatro hermanos viven en una humilde casa en las afueras de Puerto Iguazú. La situación económica es de extrema pobreza, ya que viven apenas de la venta de leña a los vecinos. Hasta que un día llega una mujer en un lujoso automóvil, se detiene frente a la vivienda y se acerca a Florencia para ofrecerle regalos y promesas de un buen trabajo.
Florencia acepta y viaja con la mujer hasta el bar de un pueblo alejado que no es otra cosa que un prostíbulo. Allí comenzará el infierno para la muchacha, que, junto con otras jóvenes, está allí para satisfacer el apetito sexual de los parroquianos, explotada por los dueños del lugar.
El director y guionista Maximiliano González tomó como punto de referencia para su film los datos que hablan de una estimación de 27 millones de personas en el mundo que son víctimas de la trata. Con fuerza dramática, el realizador da el ejemplo de ello en esta historia, que habla de la deshumanización, de la violencia y de la injusticia. Aunque por momentos la trama deja algunos cabos sueltos, el film es un fuerte llamado de atención frente a esta tremenda realidad.
Del elenco sobresale el trabajo de Nadia Ayelén Giménez como la chica explotada, aunque no hay que desdeñar la impecable labor de Marilú Marini en un personaje de extrañas aristas ni la actuación siempre exacta de Lorenzo Quinteros. La guayaba queda como una voz de alerta acerca de una problemática tan dolorosa como injusta.