El tema de la trata de adolescentes es abordado nuevamente por el cine argentino, como ocurriera subrepticiamente en la pieza nacional estrenada la semana pasada, Destino anunciado. En ese caso se trataba sólo de una alusión, mientras que en La Guayaba el tratamiento es claro y directo con respecto a una problemática dolorosamente presente en la actualidad. Por eso guarda profundas correspondencias con La mosca en la ceniza, el excelente film de la fallecida realizadora Gabriela David que reproducía el desolador cuadro de explotación y esclavización instalado en prostíbulos clandestinos. Aquí esa temática es abordada en otro contexto, más pueblerino y campestre, pero el martirio que sufren chicas confinadas en verdaderos calabozos, sumados a la brutalidad, el desprecio por mínimos derechos humanos y la indolencia y complicidad de clientes y autoridades correspondientes, está igualmente plasmado en este segundo largometraje de Maximiliano González. También aquí una joven que vive en un ámbito humilde pero familiar y feliz, es coptada y llevada a la fuerza a una casa donde será recibida ya de entrada con maltrato y violación. El film, sin la contundencia expresiva del film mencionado, cuenta de todos modos con un interesante desarrollo, algunas metáforas y buenas actuaciones. Entre ellas, las de Lorenzo Quinteros, Marilú Marini en un rol difícil e inusual, Raúl Calandra, Bárbara Peters y la convincente debutante Nadia Ayelén Giménez.