En su segundo largometraje Maximiliano Gonzáles se mete de lleno con una realidad escabrosa y una problemática difícil de abordar, la trata de blancas en el interior del país. Tema que ya fue tratado en otras oportunidades, pero aún así lejos está de haber sido abarcado en su totallidad, y menos aún de ser “pasado de época” o volverse remanido.
Es la historia de Florencia (Nadia Ayelen Giménez) de 17 años que viven e Puerto Iguazú, Misiones, justo en la frontera del país. Como tanas otras, Florencia y su familia (que cuenta con cuatro hermanos y su padre) pasan penurias económicas diarias, los aqueja el hambre y la necesidad.
Como bien dice el dicho, ante la necesidad aparece el aprovechador, y ante Florencia aparece una mujer, claramente citadina, en apariencia simpática, amable, y con promesas de conseguirle un trabajo como niñera y mucama cama adentro de un matrimonio adinerado.
Con toda su inocencia Florencia acepta, promete a su hermano comprarle su ansiada bicicleta con el primer sueldo, y se sube al auto de esa misteriosa mujer, que por supuesto en medio del viaje ya no es tan simpática, traspasa la frontera y la lleva a un bar de mala muerte en donde quedará cautiva, sin documentos, y será ofrecida como prostituta de pseudo cabaret.
Al principio Florencia se resiste, se niega, ¿pero qué puede hacer? Todos sus intentos son infructuosos, y las otras “compañeras” le aconsejan que haga caso, que se acostumbre.
En el bar los personajes son tremendos, desde el dueño que se aprovecha de todos, la mujer del dueño que también es cautiva a su manera aunque se cree mejor que el resto, y está El Oso (Lorenzo Quinteros), quizás el peor de todos, el que atiende el mostrador, el que se encarga del trabajo sucio.
La Guayaba propone una toma de conciencia, hacernos sentir las terribles experiencias de estas chicas de extrema inocencia, presas de un horror inimaginable, y también, acorde vaya avanzando el relato, trazar paralelismos cada vez más fuertes con el horror de los secuestrados en centros de detención durante la Dictadura del ’76.
En este punto, será vital un personaje encarnado por Marilú Marini del cual no conviene adelantar mucho pero que otorgará una suerte de giro en la historia.El film de Gonzáles es de estructura básica, se reconoce austero, con pocas locaciones y dispuesto a mostrar también desde la imagen lo oscuro y ominoso del ambiente.
El esquematismo tanto del argumento como de los personajes lo vuelven algo rutinario, y hay momentos en que parece que está todo dicho y cuesta avanzar. Los personajes son buenos o malos, no hay grises, salvo el personaje de Bárbara Peters que muestra algunas flaquezas emocionales.
El giro promediando el final es interesante, aunque no llegué a plasmarse de modo totalmente coherente; y el personaje de Marilú Marini (que junto con quinteros se destacan en el elenco por sólidas interpretaciones) parece extraído de otra película, con reminiscencias a La noche de los lápices.
Así y todo, La Guayaba es una película muy interesante y vale una visión aunque más no sea como un desgarrador testimonio de una realidad mucho más terrible que la que aquí se puede adivinar; otra vez se demuestra que estos horrores son incomprensibles.