La guerra silenciosa: El dolor del trabajador.
“Quien lucha puede perder; quien no lucha ya ha perdido”. Con esta cita de Bertolt Brecht comienza la nueva película de Stéphane Brizé, un impactante relato sobre la lucha obrera.
Stéphane Brizé vuelve al ruedo con “En Guerre”, una película sobre la disputa laboral en Francia, que bien podría ser situada en Argentina también, quizás por ello la fuerte identificación del público con la temática y la vehemencia de la narrativa. Acompañado por su actor fetiche Vincent Lindon, el director logra exponer, cámara en mano y con carácter de urgencia, la lucha sindicalista tras el cierre de una fábrica.
Hace dos años, la fábrica Perrin, del rubro automovilístico y perteneciente al grupo empresario alemán Schafer, hizo un importante recorte salarial para poder salvar a la compañía y prometió, como contrapartida, no realizar despidos por un plazo de 5 años. Tiempo después, la empresa decide cerrar, dejando 1100 personas en la calle. Así, comienza una lucha, con Laurent Amédéo (Vincent Lindon) a la cabeza para que se respete lo oportunamente acordado.
Más allá de las preferencias, no es discutible el talento de Brizé para filmar en tono de ficción novelesca lo que podría ser un feroz documental. Ese realismo del que se jacta ya lo dio a conocer en su film “La loi du marché” (2015), pero en esta nueva entrega se ve aún más exacerbada su característica forma de exponer problemáticas sociales.
Vincent Lindon (“Une affaire d’amour”, “Quelques heures de printemps”, “La loi du marché”) se luce una vez más. El luchador intransigente, el líder que carga sobre sus hombros la lucha y sus consecuencias. Sus gestos ofuscados, la repetición de frases como evangelios a sus seguidores, sus intervenciones en asambleas que, al ponerse nervioso, terminan obstaculizando más que generando ventaja alguna. Pareciera que lo importante en la película es ver la fuerza del personaje y no la lucha laboral en general.
El espectador es parte del sufrimiento del protagonista y sus compañeros. Al verlos luchar, uno quiere acompañarlos. En cada pequeña batalla ganada uno siente que ganó con ellos, y es inevitable tomar postura cuando las aguas comienzan a dividirse entre los propios gremialistas, los más duros, quienes no darán el brazo a torcer porque son más fuertes sus convicciones, y los más endebles, quienes se ven atraídos por una promesa de dinero.
La película no da tregua, todo el tiempo se vive en tensión en la mirada de esos trabajadores que luchan por sus derechos, entre ruedas de negociaciones con sectores gremiales, reuniones entre los mismos sindicalistas, manifestaciones contra el gobierno. Situaciones que conocemos, que vemos en las noticias de nuestro país o que nos cuenta algún conocido que lo vive en carne propia. El final se asemeja más a una ficción inverosímil que al feroz documental de todo el resto del film, quizás como una muestra de la misma imposibilidad del trabajador. Cine combativo que es necesario.