La lucha de clases como “género” del cine francés
por Violeta Bruck
Con el reciente estreno de la película La guerra silenciosa (En guerre), de Stephan Brizé, vuelve a la pantalla grande un clásico del cine francés: la lucha de clases. Quizá pueda sorprender a algunos estar en una sala y ver escenas de tomas de fábrica, manifestaciones, debates en asambleas y acciones directas contra la patronal, pero en un recorrido por el amplio camino de la cinematografía francesa podemos encontrar un verdadero "género" que ha puesto el foco en este terreno en distintos momentos de la historia.
La guerra silenciosa, de Stephan Brizé.
La película de Brizé comienza con una frase de Bertolt Brecht "Quien lucha puede perder, pero quien no lucha ya ha perdido", y se sumerge entonces en una batalla dura, difícil, como todas las recientes experiencias de las que se nutre la historia. El cierre de la fábrica Perrin, de la industria automovilística y afiliada a un importante grupo alemán, pretende dejar en la calle a 1.100 trabajadores; la lucha contra este ataque y los debates que genera entre las distintas posturas sindicales será el eje de la película. Vicent Lindon interpreta al personaje de Laurent Amédéo, un sindicalista combativo que peleará hasta las últimas consecuencias. Estrenada en Francia antes del surgimiento del movimiento de los chalecos amarillos, la película se referencia en las luchas de los Conti (Continental), la de Goodyear o la de PSA Aulnay (Peugeot Citroën).
Estos mismos conflictos fueron registrados en diversos documentales, como Goodyear, la mort en bout de chaine (Good Year 2009), La saga des Conti (Continental 2009), Au prix du gaz (ocupación New Fabris 2009), Liquidation (Good Year Amiens 2009), Grand puits et petits victories (Refinería Total en 2010), On a Grèvé (trabajadoras grupo hotelero 2013). A comienzos de 2016 se estrenó Comme des lions, de Françoise Davisse, sobre el conflicto en PSA Alunay de 2013. Otra producción que tuvo una difusión más amplia en 2016 fue Merci Patrón de François Ruffin, un documental de denuncia, con elementos de comedia y thriller, sobre las consecuencias de la deslocalización fabril. A su vez en los últimos años se realizaron films sobre el movimiento La nuit debout como Paris est une fête - Un film en 18 vagues, de Sylvain George, destacado documentalista que también ha realizado diversos trabajos sobre la temática de los inmigrantes. A comienzos de este año se estrenó Les Petites Mains Invisibles, realizada por el sitio Révolution Permanente, que sigue la lucha de las trabajadoras y trabajadores de limpieza de la empresa Onet, subcontratista del ferrocarril.
Con este panorama se puede ver una importante representación audiovisual de las luchas de trabajadores y trabajadoras que lamentablemente no tienen amplia difusión. La guerra silenciosa, al ser un film de ficción realizado por Stephan Brizé, un director que ya tiene un previo reconocimiento (El precio de un hombre, 2015), logra una distribución internacional que aporta a poner en agenda este cine de la lucha de clases.
En una reciente presentación en Argentina, Brizé comentó que hay un vínculo fuerte entre el movimiento de los chalecos amarillos y lo que se ve en La guerra silenciosa , que es ese sentimiento de ira profunda y también de no soportar más el desdén del que son objeto. Lo que planteó como diferencia es que su película se enmarca dentro del mundo sindical mientras que el movimiento actual no se referencia con ningún sindicato o partido político. A su vez reflexionó sobre el papel de las imágenes de la violencia, en el sentido de cómo lo tratan los medios para desprestigiar un movimiento y cómo él se propuso partir de una imagen de fuerte enfrentamiento para demostrar la historia que hay detrás. “Lo que sucede con esas imágenes de violencia que se ven una y otra vez en todos los canales de televisión, es que justamente son imágenes donde no hay ninguna historia, y ningún pasado, es una imagen totalmente fuera de contexto y eso permite al poder político estigmatizar a los trabajadores diciéndoles con ustedes no se puede negociar, son violentos, hacen disturbios, etc.”. Este tratamiento que dan los medios se vio en distintos conflictos obreros y se repite con los chalecos amarillos es puesto en cuestión en la película: “Lo que hice fue usar la ficción para poder explicar un momento así de exceso que sucede, porque cuando veo esas imágenes que no explican nada pienso ¿qué pasó? ¿Qué sucedió?… Hay todo una historia, algo que se inscribió en un tiempo largo que no lo están contando, y quiero usar la ficción para poder explicar todo ese tiempo”.
Imágenes que vuelven
Esta tradición del cine francés encuentra sus antecedentes en distintos momentos históricos. Acompañando cada ascenso en la lucha de clases la producción audiovisual se vio transformada y renovada.
Desde los primeros pasos del cine que se dieron en Francia, los hermanos Lumière filmaron a las trabajadoras saliendo de la fábrica, esta unión del cine con la clase obrera seguirá hasta los tiempos actuales. En los años ´30, cuando las huelgas generales se extendían, se desarrollaba un ascenso del movimiento obrero y surgía el Frente Popular, surgen una serie de producciones realizadas por la cooperativa Ciné-Liberté que registran este momento desde la óptica del Partido Comunista y la CGT. Ficciones, documentales, noticias que acompañan la reconocida La vie est a nous, trabajo colectivo coordinado por Jean Renoir para las elecciones parlamentarias de 1936. Son producciones anónimas y colectivas que rescatan distintos momentos de este período.
En los años siguientes continúan las producciones ligadas a las organizaciones sindicales, La gran lucha de los mineros, de 1948, es una realización colectiva que registra las condiciones de vida, la importante lucha y la represión. El cineasta René Vautier, militante en la resistencia, realiza en 1950 su primera película, Afrique 50, un encargo de la Liga de la Enseñanza para promover la educación en las colonias, que en el proceso de rodaje se convirtió en una profunda denuncia y en la primer película anticolonialista francesa, por la que el Vautier fue condenado y encarcelado hasta junio de 1952.
En la misma época se desarrollaba un movimiento que renovaría el cine y tendría una influencia mundial, la Nouvelle Vague, con sus obras y su crítica a través de Cahiers du Cinema. Esta experiencia que surge del cuestionamiento de las reglas de la cinematografía tradicional será también el semillero de una nueva generación de cineastas que al calor del Mayo del 68 se sumarán a un cine fusionado a la movilización.
La experiencia mundial del 68 cinematográfico que vio surgir una oleada de cine militante alrededor de todo el mundo tiene en Francia uno de los epicentros. Uno de sus principales referentes, Jean Luc Godard, planteó en esos años: “Los obreros hablan mucho entre sí, pero ¿dónde están sus palabras? Ni en los diarios, ni en las películas, están las palabras de las gentes que constituyen el 80 % de la humanidad… Por eso no quiero pertenecer a la minoría que habla, y habla todo el tiempo, o a la que hace cine, sino que quiero que mi lenguaje exprese ese 80 %. Y es por eso que no quiero hacer cine con gente del cine, sino con gentes que componen la gran mayoría”.
La enorme producción que tuvo lugar en esos años se vio beneficiada por el advenimiento de nuevas tecnologías más livianas que permitieron un extenso registro directo de los acontecimientos. Se realizaron noticieros en forma colectiva como los Cinetracts, documentales de las luchas obreras y estudiantiles, cortos y películas de ficción. Se destacaron también la creación de colectivos como el grupo Dziga Vertov coordinado por Godard y los grupos Medvedkine impulsados por Chris Marker. El conjunto de la profesión cinematográfica, técnicos, directores, estudiantes, se organizó en los Estados Generales del Cine para pensar un programa de transformación de la industria en un sentido contrario a las leyes del mercado.
En esos tiempos, el cine de la lucha de clases fue el centro, y luego del desvío de este movimiento, continuó la producción en esta sintonía por algún tiempo. En 1973 Jean Luc Godard estrena Tout va bien, una ficción realizada en una fábrica ocupada, los grupos Medvekine siguen produciendo y en 1974 se estrena Con la sangre de los otros, una profunda denuncia a la explotación capitalista expresada centralmente en los ritmos agobiantes de trabajo; en esos años también Agnès Varda suma sus producciones desde un punto de vista feminista con Respuesta de mujeres, 1975, y Una canta, la otra no, 1977; en este mismo año Chris Marker presenta su primer versión de El fondo del aire es rojo, con un panorama mundial de estos años revolucionarios.
Durante los años siguientes, con las derrotas en las luchas y la caída del muro de Berlín, el advenimiento de las ideas del posmodernismo influyeron también en el mundo del cine, que de todos modos mantuvo una producción crítica. Como señala Perry Anderson en su texto “El pensamiento tibio: una mirada sobre la cultura francesa”, hablando de las distintas consecuencias del empobrecimiento cultural e intelectual: “Si el cine francés no ha caído a estos mismos niveles, se debe principalmente al continuo flujo de obras por parte de sus transformadores originales: Godard, Rohmer y Chabrol, están tan activos como cuando comenzaron”. En estos años se destaca Sin techo ni ley, 1985, de Agnés Varda, que pone su mirada en personajes marginales víctimas de este sistema. Como ella misma definió: "Nunca he hecho películas políticas, sencillamente me he mantenido en el lado de los trabajadores y de las mujeres". En este sentido se mantuvieron también otros realizadores que a pesar del bombardeo ideológico del “fin de las ideologías” lograron la continuidad de una producción crítica y cuestionadora. Para 1992 Chris Marker estrena El último bolchevique, un documental sobre Medvedkine en donde relata la experiencia del cineasta en los años revolucionarios y la persecución del stalinismo, en medio de un espectáculo superficial y posmoderno, la película rescata las experiencias para las nuevas generaciones.
La huelga de 1995 que paralizó Francia contra el Plan Juppé fue registrada por decenas de cámaras hogareñas en manos de los propios trabajadores y realizadores independientes dando lugar a diversos documentales. A su vez generó un nuevo posicionamiento de intelectuales en apoyo al movimiento encabezados por el sociólogo Pierre Bourdieu. El mundo del cine también dio cuenta de este impacto. Ya en 1993 con el estreno de Germinal de Claude Berri algunos medios hablaron del retorno del cine social francés. Para 1995 se estrenan La Ceremonia, de Chabrol, un thriller de clase contra clase, y El odio, de Mathieu Kassovitz, que pone en pantalla la realidad de los jóvenes inmigrantes de las banlieus. En 1997 Robert Guedeguian estrena Marius et Jeannette, una muestra de su cine enfocado en personajes de las clases populares, y en 1999 Laurent Cantet logra un amplio reconocimiento internacional con Recursos Humanos. Junto con Bertrand Tavernier en los años siguientes estos directores seguirán produciendo películas que cuestionan diferentes aspectos de este sistema.