Durísima muestra de las miserias humanas enfocada desde la explotación infantil
Simon (Kacey Mottet Klein) y Louise (Léa Seydoux), jóvenes muy jóvenes, viven solos en un cuarto común en un parador turístico, más él que ella. Estamos en plena temporada de ski, plagada de visitantes ávidos de pasarla bien. Simón es un chico de doce años abriéndose paso ante la total ausencia de los adultos. De hecho el mundo parece un árbol del cual “extraer frutos” según la necesidad. Como si fuera lo más natural de la vida, roba comida de los bolsos de otros chicos, esquís, equipamiento, etc., y con el dinero obtenido hace vida de hombre grande. Vive y sobrevive en un microcosmos que se presenta, como mínimo, indiferente a su condición. Sin modelos a seguir ni parámetros a los cuales referirse, Simon tiene su propia capacidad para decodificar los defectos de la sociedad y convertirlo en el elemento del cual sacar ventajas.
Louise es el único vínculo que tiene, y no funciona como referente sino como la conexión más cercana a los sentimientos. Ella aparece y desaparece de su vida, según pinta la ocasión de irse con algún novio golpeador o, peor aún, alguien ignorante de la verdad. La relación de ambos, intermitente y llena negociaciones, tiene una razón de ser: funcionar para él como un oasis en un mundo teñido por la adversidad y para ella como una vía de obtención de dinero fácil para escaparse. Son como los caminos que hacen los teleféricos: se deslizan por un tendido de cables que tienen postas efímeras para sostener su estabilidad.
“La hermana” traza todo éste contexto, estableciéndolo como una gran extensión preparatoria para el giro gigante de la trama. Cuando esto ocurre, pasarán varios minutos de estupor en la mente del espectador. En ese preciso momento es donde la directora logra lo mejor de su obra. Un cambio automático en la mirada de las cosas. Un proceso que ocurre sin filtros y velozmente para pasar de la compasión al juzgamiento. Caen las fichas, se atan cabos, todo lo ocurrido hasta allí cambiará de sentido, significado e importancia para convertir a esta realización en una durísima muestra de las miserias humanas focalizando el eje en la explotación infantil, el abandono, y la natural crueldad del ser humano. Podríamos agregar una incipiente pérdida de la escala de valores, pero esto último desvía su dirección al mostrar que si no hay valores mucho menos puede haber una escala.
Al no cambiar nunca el punto de vista los guionistas Antoine Jaccoud, Ursula Meier y Gilles Taurand, hacen que la ausencia de Louise sea tan importante como su presencia, aún cuando en ambos casos se evidencian dos polos de la narración en los cuales Marcus no puede (o no sabe) discernir el malo del peor. El niño le pregunta a Louise si puede dormir con ella, y hasta ofrece dinero a cambio. “No me alcanza con ser hermano” dirá. La realizadora plantea una vida. Todo lo demás, girando alrededor, forma parte de un manojo de actitudes funcionales al mensaje. En este aspecto, la obra es casi un ensayo sobre antropología.
Ursula Meier elige un camino difícil para plasmar el texto cinematográfico. Lo hace mostrando varias aristas y asumiendo muchísimos riesgos. El principal es el de maltratar a sus personajes, dejarlos a merced propia sin lugar para redimirlos, lo cual no significa una falta de piedad, sino más bien una firme convicción de que si las cosas pueden cambiar en este mundo depende exclusivamente del proceso interno. Así de fría es la mirada. Por eso la nieve, para algunos divertida, para otros, fría.
Si la carencia de afectos mostrada en un extremo casi inverosímil es el motor de las acciones, tiene su razón de ser para establecer el punto. Lea Seydoux y Kasey Mottet Klein (notable trabajo de la coach Jeanne Rektorik) hacen un trabajo sobresaliente. Sin ellos, no sería la misma película. Difícil ver una obra cinematográfica en la cual el vínculo no está dado sólo por estados emocionales enaltecidos por el montaje, sino por un profundo trabajo previo.
“La hermana”, como película no pretende sermonear ni dar lecciones de moral, porque de hecho eso lo hará cada espectador con lo que recibe desde la pantalla pero, sobre todo, con lo que lleve de sí mismo al intentar una vía de escape frente a una situación que no da respiro. Tal vez porque es el ser humano el único capaz de revertir su comportamiento y orientarlo de manera diferente. Habrá que esperar a los últimos 10 segundos para entender la propuesta de Ursula Meier. La esperanza es tan real y tangible como la nieve o la montaña.
Lo dicho, no estamos frente a una lección de vida. Simplemente ante una excelente película.