Drama, parquedad y poesía
Para suerte de los espectadores, lo que se conoce en el cine como ‘giro’ (“twist” en inglés) tiene su momento de aparición en una amplia gama de géneros narrativos. Una vez que registramos que lo dramático, antes que lo triste o emotivo, es meramente un llamado a la acción, el giro dramático no es más que una acción fuerte, concreta, que desestabiliza el contexto. Es toda una tentación el giro, y los directores ponen en él mucha expectativa. Tanta que muchas veces sale mal. En “La hermana”, que particularmente sí es un drama como género, Ursula Meier maneja una parquedad, una sequedad –estamos sacándonos de encima el gastado ‘naturalismo’- tan asentada que termina por ser poética. Es en este sentido una película que nos enseña cómo se introduce un giro sin anunciarlo; sin depender de él pero sin descuidar su impacto dramático. Atención con ese momento del film.
“La hermana” cuenta la historia de Louise y de Simon, dos hermanos. El entorno es una temporada de ski en algún lugar de Suiza y los esfuerzos de Simon, el varón y más chico de los hermanos, para llevar plata a la casa todos los días mientras que Louise hecha su vida a perder. Es muy profundo lo que la directora teje de fondo con el relato y a parquedad es engañosa si uno va a rescatar los temas centrales del film: el desamparo, el desamor, la desesperación, el desentendimiento. Ahí salieron todas con “D”, y seguro es casualidad, pero “La hermana” también retrata muchísimo dolor. La parquedad es más engañosa aún al momento de localizar momentos precisos de la historia o de contar algo más de la trama más allá de esta doble base: personajes y entorno. Los personajes son emociones, el entorno es paisaje.
Hay realizadores para los que el paisaje es un personaje más. La Patagonia no es lo mismo desde que la filma Carlos Sorín. Sorín es lo primero que me viene a la mente cuando pienso en el uso de las locaciones en “La hermana”. Son pocos lugares, y al valerse positivamente de ellos, Meier se permite que siempre sean los mismos, poniendo allí a los personajes una y otra vez sin el menor complejo. Esto se debe a la seguridad de que el paisaje hace a la historia y es casi otro protagonista. El director norteamericano Ramin Bahrani trabaja sus films de un modo similar en cuanto al paisaje. “Chop Shop” es la historia de un chico y su hermana que se la rebuscan en un taller de autos y los sitios frecuentados son pocos. Allí queda claro que la historia tiene que suceder en ese lugar; que no puede ser otro. Y el tiempo. Tanto los films de Barahni como “La hermana” son películas sin tiempo. Lo dejamos para el cierre.
No quiero olvidarme de lo físico. En “La hermana”, Meier hace fuerza sobre los cuerpos. En lo físico podemos encontrar las emociones, los grandes gestos de los personajes o cualquier tipo de significación simbólica. Las palabras, por el contrario, aparecen más como eso que a veces nos dicen que son: solo palabras. Esto no debe malinterpretarse: hay complejidad en la construcción de los protagonistas y los diálogos manejan una dosificación de información que permite entender su drama, pero lo más fuerte de la conexión entre estos hermanos (que se termina experimentando también con el resto de los personajes; prestar especial atención a la relación de Simon con la madre de dos hijos interpretada por Gillian Anderson) está en lo físico. En ese mismo lugar conviven por igual la violencia y el amor. Los cuerpos lo expresan todo.
Sobre el final de una película así podemos hablar durante horas. Como escribía arriba, recordando algo que alguna vez dije elogiando a Barahni, hay un universo –muy amplio- de películas que empiezan empezadas y terminan empezando. Películas sin tiempo que dejan a los personajes conviviendo con nosotros porque los conocemos y los abandonamos en un momento que no es ni comienzo ni fin. En “La hermana” hay una impronta épica sobre el final, dispuesta como para que entendamos que a Meier le cuesta irse. Le cuesta dejar a esos personajes allí porque sabe que aunque su impacto es fuerte, cuando la cámara se apaga a Louise y a Simon no los podemos seguir más. Agrego entonces algo nuevo a las películas sin tiempo, que no es malo si la imaginación hace su trabajo, pero no deja de ser cierto: cargan con una despedida inalterable.