Una temporada en el invierno
Drama, de Ursula Meier, sobre un chico de 12 años que roba en un centro de esquí.
El protagonista de La hermana es un chico de 12 años al que acá llamaríamos ratero, aunque su fenotipo no encaje con nuestros prejuicios. Simón es rubio, europeo, usa buena ropa para nieve, sabe mimetizarse con niños de clase alta, moverse con soltura en un exclusivo centro de deportes invernales. Ahí roba anteojos de sol, guantes térmicos, cascos y esquíes, para revenderlos abajo. Vive al pie de una majestuosa montaña, en una especie de monoblock casi de película rumana. Solo. O casi siempre solo: porque su hermana , una mujer joven, aparece de vez en cuando, en malas condiciones generales, para pedirle ayuda.
La realizadora franco-suiza Ursula Meier (Home) trabaja la película en dos líneas, ambas en sentido vertical. Por un lado, la montaña/pirámide social, con seres ricos deslizándose por las cumbres y marginales sobreviviendo como pueden en la base, funicular de por medio. Por otro, el vínculo entre un chico que debe comportarse como padre de su hermana -con el dinero como elemento central-, aunque también lo hará, a veces, como hijo. Intercambios de funciones en el árbol genealógico. La película guarda algunos secretos al respecto. No los revelaremos.
El párrafo anterior podría dar la idea de que La hermana es esquemática. Pero no: Meier jamás subestima al espectador. Tampoco se vuelve innecesariamente compleja, ni apela al prestigio del tedio. Es delicada, elíptica, talentosa para construir personajes ambiguos y para darle fuerza dramática al paisaje, el mapa anímico de los protagonistas.
Las actuaciones son notables. Kacey Mottet Klein (el niño de Home) jamás condesciende a provocar lástima en el papel de Simon: parece hiperadaptado al lugar que le tocó en el mundo. Su desamparo, en todo caso, se sentirá en las reacciones de los demás hacia él: las de los esquiadores burgueses y las de los trabajadores que viven de la temporada. Su hermana, interpretada por Léa Seydoux (Medianoche en París), sufre otras humillaciones, que sólo percibimos en sus consecuencias, porque transcurren fuera de campo. Otra vez los hiatos, en los que el espectadores irá construyendo la historia.
Es cierto que La hermana tiene un espíritu en común con el de los hermanos Dardenne (agreguemos que la directora estudió cine en Bélgica) y también con el del suizo Alain Tanner, del que fue asistente en dos realizaciones. Pero Meier, premiada por esta película con un Oso de Plata en el Festival de Berlín, tiene su estilo: un modo de trabajar sobre el vacío de personajes atrapados en familias disfuncionales, al borde de la locura, en un entorno que se vuelve hostil hasta la asfixia, sin que ocurran hechos extraordinarios. Un modo de captar el malestar, por debajo de la opulencia y la (supuesta) racionalidad europeas.