La marginalidad con ojos de entomóloga
No hay peces en las pistas de esquí de Verbier, allá en los Alpes Suizos. Pero igualmente el más grande se come al chico, y el que se descuida queda bien limpio, listo para el horno. La historia nos muestra el modus operandi y los aguantes de un raterito de apenas 12 años, que se agenció un pase por toda la temporada y, mezclado entre los turistas, fisgonea por guardarropas y aprovecha cualquier descuido. Según él, a esos paseantes perder una campera "no les importa, van y se compran otra".
Es difícil encontrar algo bueno en ese chico, salvo su habilidad para la venta de objetos robados. Sin embargo, a medida que lo conocemos le vamos teniendo lástima. Los mayores se aprovechan de él, empezando por la hermana, sucia, buscona, malhumorada y haragana. El se descarga con los más chicos. Y cuando trata de acercarse al cariño de una familia de veras, lo hace con malas artes. No conoce otra forma.
Tampoco parece muy elogiable el comportamiento medio promiscuo que tiene con la hermana. Hay algo raro entre ellos, que un día tiene que saltar. Y salta, pero queda por verse si eso significa alguna mejora. Ursula Meier cuenta todo esto como quien describe a un insecto, o un par de lacras dignas de consideración. Sólo de vez en cuando unos acordes nos hacen saber que ella también se apiada de la criatura.
Por el relato tenso y el conocimiento de seres marginales en medio de la sociedad bien alimentada, suele asociarse el cine de Meier con el de los hermanos Dardenne. Pueden enumerarse algunas otras coincidencias, pero este chico no tiene el esfuerzo agónico ni la redención que conceden a sus criaturas los hermanos belgas. Y la cámara, por suerte, no se mueve tanto (un punto a favor de la realizadora franco-suiza que en estos días nos visita).