La princesa que quería vivir
Historia de la heredera del trono inglés, con aspectos diferentes.
Tal vez no sea del todo justo analizar La joven Victoria a la luz de la reciente muerte de Eric Rohmer, pero es imposible no prestarse al juego de las posibles comparaciones. Si bien la idea de centrarse en la vida y el amor juvenil de la Reina que dominó la vida británica desde que ascendió al trono en 1837 hasta su muerte, en 1901, podría haber interesado al realizador de La marquesa de O., seguramente los modos hubiesen sido muy distintos. Sino opuestos.
El realizador canadiense Jean-Marc Vallée (de C.R.A.Z.Y. Mis queridos hermanos) no logra quitarse del todo el corset que parece atrapar a los cineastas cuando se ven metidos en el universo de la realeza. Si bien cierto espíritu juguetón, presente en su anterior filme, reaparece aquí y allá para darle algo de frescura a las desventuras de Victoria (unos saltitos luego de dar su primer discurso como Reina, por ejemplo, y poco más), la película no se atreve a ir más lejos, como lo hacía por ejemplo Sofía Coppola en Marie-Antoniette.
Vallée se maneja en el terreno de una bastante oficialista biografía (antes de los créditos de cierre se habla de todos los logros de la Reina y no se menciona ningún posible defecto) y apenas se atreve a mostrar a la entonces adolescente Victoria cometiendo previsibles errores de manejo político y mostrando su incipiente terquedad en un par de escenas que sirven para humanizarla.
De hecho, la elección de Emily Blunt, casi una comediante, para hacer el rol, muestra su interés por otorgarle un aspecto diferente al personaje (que no fue conocido por su afabilidad, precisamente) y al filme, pero sólo lo logra de a momentos.
El problema es que el filme maneja varios hilos narrativos paralelos y no los profundiza. Están las intrigas palaciegas para marginarla del trono (solamente tenía 18 años cuando asumió), los problemas políticos que tuvo que afrontar al asumir (debido a su inexperiencia) y, principalmente, su historia de cortejo, amor y matrimonio con el príncipe Albert (Rupert Friend), la que más parece interesar a Vallée, ya que allí la película cobra una vida que no tiene en las idas y vueltas políticas de la monarquía de entonces, algo que parece más imposición del guión del muy británico Julian Fellowes que deseo del director.
La película es ligera, aunque no tanto como debería, tal vez por ese peso de la figura que retrata y que parece intimidar hasta a la propia Blunt. De alguna manera, La joven Victoria -producida por Martin Scorsese y también por Sarah Ferguson- podría estar a mitad de camino entre los mundos de ambos productores: el de la pasión del realizador de La edad de la inocencia y el de las formas y cuidados de la realeza de la Duquesa de York. Eso sí, de Rohmer, más que la juventud y las idas y vueltas del romance de los protagonistas, nada de nada.