La contracara de una reina adolescente
Después de ver Mis gloriosos hermanos, ¿quién iba a decir que el director de aquel melodrama sobre los choques generacionales en una familia, el quebequés Jean-Marc Vallée, filmaría a continuación una película sobre la realeza británica? Y más aún, una película sobre los primeros años como monarca de la reina inglesa por excelencia, la reina Victoria, bajo cuyo reinado (1837-1901) el imperio alcanzó su máximo esplendor (la famosa época “victoriana”). Tan peculiar como esto es que en la producción se encuentren Martín Scorsese y Sarah Ferguson, la duquesa de York.
La película comienza cuando Victoria (Emily Blunt, nominada al Globo de Oro por este papel) se niega a rechazar su condición de heredera del trono, pese a la imposición de su madre, la duquesa de Kent (Miranda Richardson) y el consejero de ésta, Sir Conroy (Mark Strong). Con apenas 18 años es coronada reina y su falta de experiencia la hacen presa fácil para los malos consejeros y blanco perfecto para los dardos de la prensa; con el pueblo en contra, Victoria deberá aprender a reinar.
Inmune a la nostalgia de los días del imperio (al menos, hasta la placa con la que concluye el film) y sin dejar que la fascinación por los decorados y el vestuario limiten a la película a ser un desfile de lujo, Vallée opta por explorar las miserias y conflictos de una familia, cuya condición hace que sus problemas internos estén condenados a ser, irremediablemente, dramas institucionales. Muchos de estos enfrentamientos se dan a través de gestos mínimos, de frases hechas que en realidad son gritos, de protocolos cuya alteración significa un desafío. En ese sentido, la solemnidad que deben manejar los nobles y el comportamiento y los modales que se esperan de tales le dan al director el marco ideal para narrar con una puesta en escena que hace de la sutileza su norte. Esto es posible gracias a la labor de actores como Paul Bettany, Strong (a quien se lo puede ver bastante desprovechado en Sherlock Holmes, otro estreno de esta semana), Richardson y Jim Broadbent como el rey Guillermo IV.
Vale advertir que aquellos espectadores aficionados a la historia se verán decepcionados: el guión se toma la libertad de inventar atentados, magnificar enfrentamientos y, por momentos, acerca la figura de Victoria al clisé de la adolescente incomprendida, con un destino que no eligió y no quiere vivir; encima, es cortejada por un príncipe en una situación similar. Pero, sin contar demasiado, mucho más problemático resulta que lo que se presenta como el triunfo final de la reina sea en realidad la aceptación de otro mandato.