La reina enamorada
Se avecinan tiempos de cambio para Inglaterra. A la muerte del rey Guillermo (Jim Broadbent), su última descendiente pura, la joven Victoria de Kent (Emily Blunt) se convierte en la heredera del trono británico, y con esto se vuelve también la presa codiciada de políticos dentro y fuera de la Isla. Victoria acaba de cumplir dieciocho años y su primer acto de rebeldía ha sido deshacerse de la influencia de su madre (Miranda Richardson), convertida en títere de los intereses de Sir John Conroy (Mark Strong).
Sin embargo, pese a sus firmes convicciones y su empuje, Victoria es sensitiva y vulneable y no tarda en caer en la red de intrigas elaborada por el primer ministro, lord Melbourne (Paul Bettany). En un inesperado giro de planes de su tío, Leopoldo de Bélgica, el joven príncipe Albert (Rupert Friend) al que su familia alemana envía para seducirla antes política que sentimentalmente, se termina convirtiendo en el mayor aliado para esta joven. ¿Será Albert el compañero que ha soñado a su lado para construir el nuevo Imperio Británico?
El cine le debía una buena y poética cinta a la reina más longeva sobre el trono de Inglaterra. Aunque posiblemente le haría más justicia un enfoque similar a las "Elizabeth" que protagonizó Cate Blanchett (una buena mixtura a la manera de las novelas históricas alla Jean Plaidy), no deja de ser un acierto que esta particular cinta muestre la fase más soslayada de la historia de esta monarca. Justamente fue en su juventud que se forjaron gran parte de los valores que se volvieron un sinónimo de su reinado y que definirían para siempre un estilo de vida, así como parámetros morales y estéticos.
Emily Blunt asume el desafío con soltura, en un rol que no exige demasiado de ella interpretativamente, pero que alcanzó para granjearle la simpatía de los responsables de la temporada de premios por venir. Quizá simplemente sea esa fascinación generada por los grandes personajes históricos la que marca una tendencia en las Academias de cine de Europa y EE.UU. (no se olviden de Helen Mirren). Lo cierto es que este notable filme de Jean-Marc Vallée no carece de encanto, aunque sea menester suspender un poco el juicio para entrar a la sala y encontrarse con el costado más romántico de una trama de alianzas y lealtad que pasaron más por lo político, históricamente hablando.