La joven Victoria, histórica y entretenida
En 2006, Sofia Coppola dejó Tokio y viajó hasta Versailles para contar la historia de María Antonieta, la reina adolescente . El resultado de la moderna directora norteamericana poniendo su ojo en la vida de la rococó aristócrata europea provocó fríos elogios pero, sobre todo, calientes polémicas. La joven Victoria , otro relato con una reina adolescente como protagonista,causa reacciones mucho más templadas. El film, dirigido por Jean-Marc Vallée ( Mis gloriosos hermanos ), recorre la vida de una de las monarcas más importantes y poderosas del Reino Unido desde su infancia de princesita aislada del mundo hasta sus primeros años como la reina Victoria.
El guión de Julian Fellowes ( Gosford Park, crimen a la medianoche ) hace un recorrido cronológico por la vida de la reina utilizando conocidos detalles de su cotidianeidad para repasar, rápido, la infancia solitaria de la pobre niña rica y luego meterse de lleno en los años previos y los inmediatamente posteriores a su coronación. Desde un inicio queda claro que las circunstancias de su nacimiento y las intrigas palaciegas de media Europa colaboraron en formar el carácter de una de las personas más poderosas del siglo XIX que, además, era una mujer. Para interpretar a un personaje tan complejo, más ícono que ser humano, el film requería de una actriz joven y al mismo tiempo con la suficiente presencia escénica para llevar toda la película sobre sus hombros. Emily Blunt es Victoria -aunque físicamente no se parezca en nada a la verdadera reina-, tanto en sus caprichos adolescentes, su enamoramiento del príncipe Alberto (interpretado con equilibrio por Rupert Friend) como en la fortaleza que deberá demostrar como monarca.
La actriz, conocida por El diablo viste a la moda y por sus dotes de comediante, es lo mejor de un elenco de grandes intérpretes británicos: Paul Bettany en el papel del interesadamente solícito Lord Melbourne, Jim Broadbent como el anciano rey y Miranda Richardson en el rol de la madre de la futura reina (que interpreta con su acostumbrado rictus de amargura). Ni las impresionantes escenografías ni el excelente vestuario que pintan una época de floreciente progreso para la monarquía británica logran distraer la mirada de Blunt y su notable interpretación.