El desprestigiado “cinema de qualité”. Dícese de las películas de época que tienen grandes despliegues de decorado, una meticulosa reconstrucción histórica, vestuarios deslumbrantes, y, un lenguaje demasiado clásico y solemne. Películas hechas para ganar premios, simpatizar con los paladares más finos. Un cine sobre la realeza hecha para la realeza.
El crítico devaluó esté género por considerarlo demasiado anticuado, la masa popular lo prejuzga de aburrido y monótono. De esta manera, se termina considerando que el único cine histórico que prevalece es el de los últimos 50 años.
Sin embargo, no todos pensamos así. Para los que nos gusta la historia, películas como La Joven Victoria también sirven como refresco para entender el presente, acaso la razón más importante de que se enseñe la materia en todas las escuelas del mundo.
1826. Se acerca la muerte del rey Guillermo IV y la descendiente próxima de sangre real, elegida para ocupar el trono es la joven Victoria, hija del duque de Kent, quien fallece a los pocos meses que nace su hija. Su madre, la duquesa, junto a su pareja Sir John Conroy, trata de hacerle firmar a Victoria, una Ley de Regencia, en donde al ser menor de edad, la misma le otorga el reino a sus tutores. Pero el rey se opone, y la convence de que se quede para reinar y se apure en casarse. Pretendientes no le faltan. Desde el primer ministro hasta su primo, el príncipe Alberto de Bélgica. A pesar de los lujos, Victoria, es inteligente y solitaria. No le gusta que la manden y le cuesta aceptar el legado que tendrá que afrontar cuando sea coronada reina de una de las naciones más influyentes de Europa.
El punto de vista que toma la película de Jean-Marc Valleé (Mis Gloriosos Hermanos), es por demás atrapante desde el inicio. Un montaje ágil e inspirado, más parecido a un trailer que a un prólogo abren el film. Muchos nombres y cargos, que al principio serán confusos y más tarde, a medida que la película vaya tomando un ritmo más lento, se irán alumbrando. De mayores similitudes con la Maria Antonieta de Sofia Coppola que con la saga de Elizabeth de Shekhar Kapur con Cate Blanchett, Valleé y el guionista Julian Fellows (Gosford Park) retratan la vida de una adolescente prisionera de su castillo y posteriormente del palacio de Buckingham, haciendo énfasis en las similitudes que tienen ambos con una prisión, al igual que el trato dado a la joven Victoria. Desde la soledad, los ritos, las conspiraciones políticas, las tradiciones, las luchas de poderes, el lugar que ejerce la monarquía, la magistratura y el pueblo en la sociedad, y todo sin salirse de los jardines reales, ya sea en los ducados como en Bélgica. Al igual que la película de Coppola, ella es una víctima de las circunstancias, que solo quiere encontrar un verdadero amor, y tener autarquía y no ser un mero títere de los gobernantes adultos
La primera hora de la película no da respiro. Más allá de la meticulosa reconstrucción de época y los interesantes detalles históricos aportados desde el guión, Valleé crea un relato donde coinciden los arrebatos políticos con las desilusiones amorosas. Entre los vaivenes de cartas entre Victoria y Alberto, los personajes secundarios que se disputan el poder forman una telaraña de máscaras donde el espectador jugará junto a Victoria el papel de tratar de descubrir quien es honesto y quien es falso. La atmósfera creada a partir de un montaje muy ágil y moderno para ser una película de “época”. Acompañado por juegos de foco, constantes movimientos de cámara e incluso curiosos efectos, como mostrar a Victoria levitando al sentirse atraída por Alberto durante el baile real.
Sin embargo, en la segunda mitad la película empieza a decaer en ritmo e interés cuando se centra en la relación romántica entre Alberto y ella, y el rol que el Rey debiera tener en la monarquía, su influencia, especialmente en la reformas sociales que al final terminaría implementando, aunque esto solo se aclara en el epílogo final, y no se profundiza demasiado en el relato en sí, para no salir del punto de vista de Victoria.
Si bien, Valleé, lográ quitarle un poco de solemnidad a la película, sin llevarla al extremo videoclipero de María Antonieta, no logra evadir los lugares comunes que convierten a este tipo de películas en pretenciosas obras con vistas a las premiaciones de principios de año. Aún así se mantiene fiel a su primer intención que es lograr, sobretodo, un retrato intimista con el cual el espectador se pueda identificar en ciertos aspectos, así como hizo con la soberbia y exitosa Mis Gloriosos Hermanos, donde los conflictos familiares, y las ambigüedades de los personajes logran resaltar sobre las decisiones estéticas. Por que más allá, del cuidado en la elección de colores, la fotografía, etc, en la película se destacan las interpretaciones.
Emily Blunt, ya no es más una promesa, y se convierte gracias a esta película en una actriz versátil, honesta, sencilla, creíble y natural para encarar un personaje demasiado preconcebido. La sutileza de la mirada y gestos de Blunt, la ponen a la altura de las magníficas interpretaciones de Blanchett como Elizabeth. Dentro del elenco secundario, tanto el “desconocido” Rupert Friend, como Paul Bettany están dentro de parámetros correctos. El único que no está a la altura, por darle un tono más teatral que cinematográfico es Mark Strong, nuevamente en rol del villano (también es el Némesis de Sherlock Holmes que transcurre durante la era victoriana). Y se destaca, como es usual, el gran Jim Broadbent como Guillermo IV.
La película cuenta con apoyo real, ya que la produce Sarah Fergusson y también, el “rey” de Nueva York, Martin Scorsese, que nuevamente demuestra interés por el cine de “época” tras La Edad de la Inocencia (1993), con la cual comparte algunos puntos en común.
Más allá de los cuestionamientos ya mencionados, y si esta “moda” de mostrar con benevolencia a los monarcas, criticando más a los gobiernos de turno (incluida La Reina de Stephen Frears), se trata de un punto de vista fiel, o solo una aproximación romántica e ingenua de la historia, La Joven Victoria, como película, es dinámica, no demasiado extensa en duración (como se cree que son todas las películas de época), despierta bastante interés histórico y trata de reivindicar un género bastante marginado en los últimos tiempos.
¡Larga vida al cinema de qualité!