El tour más barato
La maldición de la casa Winchester (Winchester, 2017), basada en hechos reales, termina informando que al día de hoy la residencia Winchester es “una de las mansiones más embrujadas de Estados Unidos”, en comparación con otras mansiones menos embrujadas, probablemente por gente menos muerta.
La mansión es real y al día de hoy pueden visitarla por $39 dólares ($33 si van en grupo). Fue construida por Sarah Winchester, heredera de la fortuna de aquel versátil rifle, quien ante la muerte de su esposo en 1881 emprendió la incesante ampliación de una mansión en San José, California, agregando cuartos, pisos y todo tipo de anexos por más de 40 años. La intención era apaciguar las víctimas de los rifles marca Winchester ofreciéndoles alojamiento, aunque 160 cuartos suena a poco.
Una película biográfica sobre la monomanía de Mrs. Winchester sería interesante pero en su lugar los hermanos Spierig - los arquitectos de la octava Jigsaw: El juego continúa (2017) - se vuelcan al tradicional relato de la mansión embrujada y sin inspirarse ni un poco en tan exótico contexto recompilan los Grandes Hits del género: la silla que se mece sola, el cuadro que chorrea sangre, el susto bajo la cama, el susto tras el espejo, el susto a la vuelta de la esquina, arriba de las escaleras, debajo de las escaleras, etc. Todo acompañado con el estruendo correspondiente.
Helen Mirren hace de Sarah Winchester. Su presencia en la cinta es inexplicable - ni siquiera es la protagonista. El honor cae en Eric (Jason Clarke), un doctor decadente y confeso fraude que se aloja en la mansión con el objeto de evaluar la salud mental de la viuda. Inmediatamente decepciona la falta de tensión en las charlas que tiene con su anfitriona, que no está loca y abiertamente recibe al doctor como un aliado. Ni hay tensión en las expediciones nocturnas del doctor: nadie se las prohíbe, y aunque se las prohibieran la cada está llena día y noche de obreros determinadamente trabajando y robando la preciada atmosfera de su misterio.
Todo esto es una pena porque la película posee todos los elementos necesarios para ser entretenida o aunque sea interesante, pero están ensamblados de manera tan incompetente que jamás plantea un buen misterio. La casa en sí mezcla el encanto de una mansión victoriana con las ilusiones imposibles de Escher (escaleras que no van a ningún lado o se tuercen innecesariamente, cuartos dentro de cuartos, puertas al vacío, etc). Pero las posibilidades arquitectónicas de la mansión nunca son explotadas en su mayor potencial y en el mejor de los casos se prestan al servicio de sustos cliché. ¿De qué sirve un laberinto en el que nadie nunca se pierde?
El guión se reserva un par de giros que, retrospectivamente, resultan ingeniosos, porque tienen que ver con información que se presenta de entrada y parece estar al servicio de otra cosa que un giro sorpresa. Detalles. Algunas cosas sencillamente no dan miedo, da igual qué película el director arma alrededor. Un fantasma es, instintivamente, algo anormal y por lo tanto abominable; un fantasma con un rifle Winchester se ve ridículo y pedestre. Es el tipo de conjuro cómico que aparecería en la lotería de La cabaña del terror (The Cabin in the Woods, 2012).