Los hermanos Spierig no se caracterizan por la sutileza. Su apropiación del terror, que incluye sagas ya agotadas como la últimaJigsaw: El juego continúa, o cruces originales entre el horror y la ciencia ficción como la extrañamente luminosa Vampiros de día, combina una cinefilia algo freak con un conocimiento adolescente de los códigos del género del que siempre hacen gala.La maldición de la casa Winchester no escapa a esas constantes pero se enriquece con un gesto: usar el espacio, elemento fundamental del gótico, en clave irónica. Toda la lectura de la leyenda sobre la viuda del inventor del famoso rifle Winchester y su mansión en permanente construcción, habitada por espíritus deudores de ese pasado pecaminoso, adquiere un tinte satírico que no elude el guiño hacia el presente de la era Trump.
Cuando el dilema de las armas en manos de civiles resuena día a día, la mansión de principios del siglo XX, teñida de susto y sangre por los Spierig, se revela como una caja de resonancia de augurios y premoniciones. Más allá de lo previsible de algunos golpes de efecto y de cierta redundancia en algunas revelaciones, la idea de un mal que emerge de las consecuencias imprevisibles de los actos, de la dimensión oscura de la máquina y que habita en los recovecos del pensamiento resulta un logro interesante. Helen Mirren desfila con su atuendo mortuorio como una presencia más de aquel embrujo cuyo último refugio es la conciencia.