En La más bella, su ópera prima, la directora francesa Anne-Gaëlle Daval propone una historia que hace foco en la presión que imprime la norma social sobre el individuo, apostando a una reivindicación que resulta tibia por terminar apoyándose, justamente, en un prototipo.
La más bella atraviesa con inocencia y seguridad la temática que abarca. Si bien no hay una fuerza superadora en el mensaje, tampoco hay timidez. Todo lo contrario a lo que le pasa a su protagonista, la reticente Lucie (Florence Foresti), una mujer madura que acaba de atravesar una dura lucha contra el cáncer de mama y vive sometida a la mirada familiar y social que espera de ella una superación que no puede sentir como propia. No basta con ser una sobreviviente, la vida hay que desearla.
Anne-Gaëlle Daval presenta una comedia dramática que arranca cuando Lucie conoce a Clovis (Mathieu Kassovitz). Entonces, todo su universo pide el necesario e inminente cambio. Tomando esta historia de amor como piedra angular, Lucie se entrega a sus peripecias de autoconocimiento, a su reinserción de sí en sí. Lucie tiene que redescubrirse para poder asimilarse, desatenderse de juicios y prejuicios propios y ajenos y volver a disfrutar de su sexualidad, una sexualidad que siente arrebatada, ya agotada.
No deja de ser interesante la mirada que se pone sobre ella, sobre todo porque Foresti logra una interpretación fresca, transmitiendo una fragilidad sólida en todos sus matices. Daval, a su vez, encuentra los puntos de inflexión necesarios para otorgar leves cuotas de humor a un proceso que implica un dolor que se presiente interno, global y real.
Del mismo modo, resulta atractiva la relación de Lucie con Dalila, una profesora de danza con un aura muy particular que auspiciará de guía para que nuestra protagonista deje de odiarse o temerse en tanto mujer. Y, para ser sinceros, tampoco está mal el cuadro familiar, caricaturesco pero funcional: hermanos que son dos caras de una moneda, frases de libros de autoayuda, la madre como figura de autoridad que es puesta en jaque y es deconstruida por sus hijos.
El problema de La más bella es la historia de amor de Lucie y Clovis: una historia muy por fuera del tono, inorgánica, que termina confundiendo la inocencia con la artificialidad. El personaje al que da vida Kassovitz es unidimensional, no causa empatía en su rol eternamente bienintencionado de Don Juan sentimental, pícaro y desinhibido. Cada vez que Lucie está con Clovis, lo que le sucede en otros ámbitos pierde peso, dimensión. Hay algo en los pormenores del romance, en la química que nunca se crea, que aleja a la película de lugares que le quedan mucho mejor y donde se mueve con una gracia superior.