Madre e hijo; dolor y poder
Barbu, de 32 años, atropella a un niño, que muere poco después del accidente. Iba rápido y seguramente irá a prisión. Barbu mantiene con su madre, Cornelia, arquitecta de clase alta, una tensa relación. Y el filme cuenta las andanzas de esa madre manipuladora, invasiva y avasallante que sólo quiere salvar a su hijo de la cárcel, aunque para eso haya que recurrir a la mentira, el soborno y la hipocresía. Por debajo de esa historia, cargada de notas trágicas, circula en voz baja una parábola sobre el ejercicio del poder en un país –Rumania- que de atropelladores y de impunes sabe bastante. Ella controla todo. Su comportamiento en la comisaría y su visita a escondidas al departamento del hijo, definen su carácter y sus ambiciones.
Otro gran filme rumano, intenso, devastador, implacable. El guionista es Cristi Puiu, el mismo de otros grandes filmes de esa cinematografía (“El señor Lazarescu”, “4 meses, 3 semanas, 2 días”) un autor de un notable poder de observación, que a manera de espiral va ampliando su mirada y profundizando su análisis. La madre es a la vez odiosa y entendible: ampara y asfixia. Pelea por ese hijo, (“lo único que tengo”) que casi ni le habla y que está harto de ella. Babu le pide que lo deje solo, que no lo ayude, que salga de escena, que una vez –aunque sea en el castigo- lo deje vivir su vida, sin protegerlo ni manejarlo. La escena del funeral es demoledora: Cuando Cornelia se mide con la otra madre, recién allí tomará conciencia de la verdadera dimensión del dolor, aunque seguirá manipulando y comprando. En la última secuencia, el hijo –libre de la pegajosa presencia de ella- enfrentará solito al arrasado padre de la víctima. Pero Cornella desde el espejo retrovisor no dejará de vigilarlo.
Diálogos intensos, personajes estupendamente delineados, mirada sugerente, actuaciones formidables. Un filme doloroso, creíble y riguroso.