Algo huele a podrido en Rumania...
Ganador del Oso de Oro del Festival de Berlín 2013, este film de Calin Peter Netzer (María, Medalla de honor) resulta un nuevo exponente (y van…) de la solidez, rigor, profundidad, inteligencia y capacidad de provocación del cine rumano.
Coescrita por Răzvan Rădulescu (La noche del Sr. Lazarescu), la película tiene como protagonista a Cornelia (descomunal trabajo de Luminita Gheorghiu), una arquitecta y diseñadora que mantiene una tensa, difícil relación tanto con su marido ausente como con su hijo cuarentón, Barbu (Bogdan Dumitrache), y su nuera Carmen (Ilinca Goia).
Cornelia es una mujer autoritaria, dominante, avasalladora, manipuladora y a veces hasta un poco cruel. Sus habilidades (y sus miserias) saldrán a relucir cuando su hijo quede involucrado en un accidente automovilístico con un chico de 14 años como víctima fatal. Ella apelará a sus contactos, a su dinero y a su poder para mantener a Barbu -con quien casi no puede entablar una mínima conversación- fuera de la cárcel.
Lo interesante de los comportamientos de Cornelia es que están motivados por el amor, por la protección que quiere dar a un hijo bastante cobarde e incapaz. Pero, para lograr sus objetivos, deberá concretar acciones muchas veces reñidas con la ley.
Es que La mirada del hijo muestra una sociedad rumana post-Ceausescu dominada por la corrupción, la impunidad, el tráfico de influencias y el poder del dinero de unos nuevos ricos sin pruritos ni escrúpulos.
Como en buena parte del cine rumano, Netzer construye largos planos-secuencia con cámara en mano para darle nervio, tensión y contundencia a la tarea mayúscula de sus intérpretes (otro pilar de las películas de ese origen) a la hora de sobrellevar diálogos de gran intensidad y situaciones extremas. Una película incómoda y perturbadora, es cierto, pero también de notable factura y enormes alcances y connotaciones.