Mirar sin ver
En los primeros minutos del film, vemos a Cornelia (Luminita Gheorghiu) hablar despechadamente de un hombre. No es su amante ni su pareja, aunque el tipo de reclamo así lo infiera. Habla de su hijo Barbu (Bogdan Dumitrache), con quien mantiene una relación absorbente y conflictiva. La mirada del hijo (Pozitia copilului, 2013) desarrolla este particular vínculo entre madre e hijo agravado por un accidente que cambiará el curso de sus vidas.
Cornelia tiene unos sesenta y pico de años, su hijo treinta y algo. Nunca se llevaron bien, y ahora que él se independizó la relación es cada vez más tensa. Ella sin verlo –la mirada es fundamental en la película- lo asfixia, lo invade, lo atosiga. Él mantiene un resentimiento latente hacia ella. Pero las cosas se complicarán cuando él atropelle y mate a un niño y la ley le caiga encima. Cornelia intentará por todos los medios ayudarlo, cuando termine por atropellar –figuradamente- a su propio hijo.
La película ganadora del Oso de Oro en el Festival de Berlín 2013, es un relato de personajes. Personajes a quienes conocemos por su psicología expresada en su comportamiento y relaciones con los demás, como en los mejores films de Mike Leigh (Secretos y Mentiras).
La acción se centra en Cornelia y en su obsesión con su hijo ya adulto. Una continua cámara inestable sigue su errática conducta, al modo de registro casual de las situaciones. Barbu tiene un carácter similar, apabullante con su mujer. Se lleva el mundo por delante y el accidente en cuestión simboliza su proceder. Ella buscará por todos los medios restablecer el vínculo con su hijo. Apelará a sus saberes de abogacía y nivel económico para evadir lo mejor posible la condena, siendo este uno de los puntos más interesantes de la película, pues muestra la miseria humana ante la desesperación. El accionar de la policía o del otro implicado en el accidente, lo demuestran.
Este film rumano dirigido por Calin Peter Netzer retrata hábilmente la suerte de sus personajes con largas escenas que manifiestan sus defectos, llevados a extremos dramáticos por el relato. Características que comparte con el cine que llega de Rumania por estas latitudes, basta recordar los casos de 4 meses, 3 semanas y 2 días (4 luni, 3 saptamani si, 2 zile, 2007) o Aquel martes, después de Navidad (Marti, dupa craciun, 2010).
La mirada del hijo habla también del otro, a quien se debe aprender a respetar, comprender y aceptar sus decisiones. Y lo hace desde la ceguedad materna, pero también desde una actitud de clase -sumada a una cuestión de poder-, a través de un interesante juego de miradas, y con un apoyo fundamental en las actuaciones del elenco, que eleva el relato a niveles sensitivos realmente intensos.