Todo sobre mi madre
No hay mucho para decir respecto de “La mirada del hijo”, procedente de Rumania, que no vaya en deterioro de las expectativas que debería producir una critica sobre este texto en particular
Digamos que es una historia dramática, universal, como tantas que se escuchan o se ven a diario, una tragedia producida por un accidente de transito que pone en juego, al mismo tiempo que dispara un sinfín de situaciones, situaciones que nadie quisiera vivir.
Si bien el tema se centra específicamente en la relación de una madre, de alrededor de los 55 años, con su hijo ya adulto, y el disparador del desarrollo de las acciones es el accidente, lo que más hace que el ritmo de lo narrado no decaiga es la reactualización de esa relación construida hace años.
La historia comienza con la queja de esa madre hablando con su hermana, diciéndole que su hijo hace dos meses que no la llama por eso llamó ella, a lo que la hermana le responde: “Por eso siempre te dije que deberías tener al menos dos hijos, para repartir las molestias”. Todo dicho, ¿no?
Lo mejor es cómo el realizador nos va presentando a los personajes principales, con detalles que aparecen como superfluos pero que luego son herramientas importantes para entender la psicología de los mismos.
Gente de clase media alta, acomodada en algunos sectores relacionados con el poder político, que ve pasar la vida de los otros por un costado, sin siquiera ser salpicadose hasta que colisionan…
Por supuesto que el filme se apoya en la dura realidad que se plantea a diario con las imprudencias desde todos lados, el desinterés de los gobernantes por el cuidado de la gente común, salvo antes de las elecciones, hasta el infortunio de una mala acción, sea del peatón, de los conductores, o de ambos de manera simultánea, esto no sólo sirve de sostén del texto sino que la hace crecer en el momento de elección de qué ir a ver al cine.
El único, a mi entender grave, problema de esta producción está dado por la forma en que desarrolla las acciones, no en su estructura narrativa, en el diseño de sonido, en las actuaciones, memorables ellas, sino en esa que es casi una estética snob con la cámara en mano todo el tiempo. Si con ello lo que intentan generar es dinamismo, sólo logran el hastío, el cansancio en el espectador. La herramienta más importante para lograr esa vertiginosidad pretendida, que no es vértigo, es el montaje, el que debería adecuarse al género al que aplica el texto, en este caso el drama.
No es una regla de oro, pero para cruzar los géneros y aplicar el relato a otro tipo de montaje hay que saber, y mucho, aunque en realidad estas cuestiones técnicas no van en desmedro del peso dramático del relato, sino que puede terminar, y sería una lástima, siendo un juego de esos mismos espejitos de colores que los europeos trajeron a nuestro continente allá por el 1492, pura parafernalia, lo que es casi lo mismo que el baile del tango for export, para turistas extranjeros, vendiendo el firulete, la acrobacia, que hay que revolear a la mujer por los aires bailando el tango, lo que le hace perder la elegancia a la danza, cuando en realidad los eximios, los que saben en serio, lo demuestran con sólo tomar a la mujer en sus brazos, demostrar seguridad y guiarla. Esto lo aprendí de mi viejo, que de cine sabía bastante, pero de tango mucho más.
Dejando de lado estas cuestiones, nos enfrentamos a un filme duro, que deja pensando al espectador, y eso es bueno.