Entre el amor, el egoísmo y el lugar seguro
La irreverente “nueva ola” del cine rumano ya no es una novedad. En los últimos años, la irrupción de películas como “4 meses, 3 semanas y 2 días”, de Cristian Mungiu (Palma de oro en Cannes, 2007), o “12:08 al este de Bucarest”, de Corneliu Porumboiu (Premio Camera D’or, Festival de Cannes 2007), le abrieron la puerta a un cine que tematiza problemáticas sociales a través de una demoledora estética realista y minimalista.
“La mirada del hijo”, ganadora del Oso de oro del Festival de Berlín en 2013, se inscribe en este movimiento fílmico y desnuda la dinámica enfermiza del vínculo entre una madre posesiva y un hijo que no logra independizarse del todo.
Con actuaciones conmovedoras y un guión inteligentísimo, “La mirada del hijo” narra la historia de Cornelia (Luminita Gheorghiu), una madre sobreprotectora de clase alta que se siente infeliz, pues su hijo Barbu (Bogdan Dumitrache) se ha ido a vivir con su novia y, en su afán por independizarse, la evita constantemente. Sin embargo, cuando éste atropella y mata accidentalmente a un niño de 13 años, sus caminos se reencontrarán. Cornelia, valiéndose de su dinero y contactos, hará todo lo posible para que su hijo no vaya a la cárcel, y aprovechará la oportunidad para hacer que éste vuelva a ser el niño dependiente que era antes.
En ese contexto, sus personajes deberán tomar decisiones: por un lado, Barbu deberá decidir entre no aceptar la ayuda de su madre y enfrentarse a las consecuencias de su crimen, o dejar que ésta resuelva sus problemas por él, a costa de sacrificar la independencia obtenida; por otro, el amor de Cornelia se tornará rápidamente en un sentimiento egocéntrico y manipulador para recuperar el control absoluto sobre su hijo y, así, mitigar su infelicidad.
Su director, Peter Netzer, nos entrega un complejo drama psicológico dotado de un realismo intenso y a la vez potenciado por el efecto arrollador de sus primeros planos. Sumado a esto, el reiterado uso de la cámara subjetiva acentúa la tensión y acerca al espectador a los cambiantes y contradictorios estados emocionales de sus personajes. Y todo esto en un contexto socio-político atravesado por las miserias y corruptela de una clase acomodada que hace y deshace en función de su conveniencia.
En definitiva se trata de un film que llevará al espectador de la simpatía a la repugnancia, de la ternura hacia la brusquedad y de la complejidad hasta el desconcierto. Una propuesta realista, emotiva y que incomoda. Brillante.
Por Juan Ventura